| Epílogo |

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Años lejanos

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Años lejanos.

Aerum caminó por la sala con su vestido arrastrando por el rojizo suelo. Deshizo el recogido de su negro cabello, tan negro como la que en ese momento era su alma vampírica. Azabache, oscura.

Hacía muchos años, prácticamente incontables, desde que sus siete amigos pararon sus fiestas. Sin embargo, aquel lugar era una fiesta continua.

Todos se habían transformado, todos sus cercanos. Sullyoon, Minhee, Seongmin, y su madre. Y los que no, murieron. No fue hasta entonces, cuando la gente comenzó a caer ante una vida eterna como la de ella, que entendió el corazón frío que debía de tener un vampiro.
Pero ellos se lo calentaban.
Sunghoon y Sunoo.
Y todos.

Miró los anillos de sus dedos, uno en cada mano. ¿Era posible comprometerse en matrimonio con dos personas? Bueno... para ellos sí.
Persuasión, otra vez.
Trampa en ese juego denominado "vida".
Astucia.

El carnaval en el que se había sumido continuaba una vez más. Bajo la droga a la que más adicta era, los encantos de la sangre, abrió como si nada su muñeca con un eficaz mordisco. Ese líquido rojizo y apetecible empezó a caer hacia el interior de la enorme fuente blanca, siendo un par de gotas lo que hicieron que, con su magia, rebosara, como de costumbre, de esa sangre.
Bajo la mirada de los siete chicos y Aerum, la fuente hizo su trabajo.
Ella, como Diosa, también hizo su parte. La que llevaba años haciendo.

Ya era adicta, así que quería repetir aquello cada día si era necesario, porque muchas cosas volvieron el mantenimiento de aquella fuente una adicción: la sensación de alivio al beber sangre de oscura procedencia, el saber que estaba ayudando a no matar a inocentes y a alimentar a quienes quería y a sí misma, todo con un pequeño corte que pronto sanaba gracias a sus poderes.

La fuente no solo era su tesoro, también preciosa, digna de apreciar. Desprendía sangre, era luminosa.
Era tan brillante como un diamante.
Su diamante.
Su joya más preciada junto a aquella mansión y los chicos que en ella habitaban.

...

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