ATMOSFERA SOFOCANTE

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Habría pasado apenas la medianoche cuando Gollum despertó, escuchaba y husmeada

– Hemos descansado; hemos dormido maravillosamente, ¡en marcha! – despertó al pequeño amito, no parece vivo

– No, no hemos descansado, y menos dormido maravillosamente – refunfuñó Sam viendo como la criatura arrastraba al soñoliento Albus – Pero si hay que partir, partamos – acepta con pesar

Gollum ayudo a bajar al azabache, avanzando, los Hobbits lo siguieron con más lentitud en la oscuridad, subiendo hacia el este por una cuesta empinada. Veían muy poco; la noche era tan profunda que sólo reparaban en los troncos de los árboles cuando tropezaban con ellos.

– ¡Albus! – llamo Frodo al verlo caerse

– ¡Maldición! – grito Sam volviéndose hacia el menor, en lo que Gollum guiaba el camino

El suelo era ahora más accidentado y la marcha se les hacía más difícil, pero Gollum no parecía preocupado. Los guiaba a través de malezas y zarzales, bordeando a veces una grieta profunda o un pozo oscuro, otras bajando a los agujeros negros escondidos bajo la espesura y volviendo a salir; y si descendían un trecho, la cuesta siguiente era más larga y más escarpada

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Algo negro e inmenso parecía venir lentamente desde el este, devorando las estrellas pálidas y desvaídas. Más tarde la luna en descenso escapó de la nube, pero envuelta en un maléfico resplandor amarillo.

Al fin Gollum se volvió a los Hobbits, esta vez arrastrando a Albus adelante junto a su lado, al saber que los Hobisses son inútiles para cuidar al amito

– Pronto de día – anunció alerta – Hobbits tienen que apresurarse. ¡nada seguro mostrarse al descampado en estos sitios! ¡de prisa! – Apretó el paso, y los Hobbits lo siguieron cansadamente, aunque sin quejarse

Pronto comenzaron a escalar una ancha giba. Estaba cubierta casi por completo de matorrales de aulaga y arándano. Si bien aquí y allá se abrían algunos claros, las cicatrices de recientes hogueras.

Al llegar al otro extremo de la colina ancha y gibosa se detuvieron un momento y luego corrieron a esconderse bajo una apretada maraña de espinos. Las ramas retorcidas que se encorvaban hasta tocar el suelo, estaban recubiertas por un laberinto de viejos brezos trepadores

Entre toda aquella intrincada espesura formaba una especie de recinto hueco y profundo. Allí se echaron un rato a descansar, demasiado fatigados aún para comer; y espiando por entre los intersticios de la hojarasca aguardaron el lento despertar del día

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Pero no llegó el día, no como el que esperaban, sólo un crepúsculo pardo y mortecino. Al este, un resplandor apagado y rojizo asomaba bajo los nubarrones amenazantes

– ¿Por qué camino marcharemos ahora? – preguntó Frodo sin energía alguna – ¿y aquélla es la entrada de... del valle de Morgul, allí arriba, detrás de esa mole negra? – pregunto sintiéndose agobiado por la extrema distancia

LA VOLUNTAD DE ILUVATURDonde viven las historias. Descúbrelo ahora