Me di la vuelta y agarré su mandíbula mientras la empujaba contra la pared, —¿Tienes un deseo de muerte o algo así?— Gruñí mirándola fijamente a los ojos.
Ella no me respondió, solo me miró a los ojos y esperaba ver miedo como en todos los demás.
Pero no lo hice.
Escuché sus pensamientos; ella estaba pensando en mis labios, la forma en que se sintieron la noche que nos besamos, y cómo la hice sentir; emocional y físicamente.
¿Qué le pasa a esta chica? ¿Por qué me quiere? Soy un asesino egoísta. Estoy roto. Soy inhumano
Si supiera todo lo que he hecho, no querría estar cerca de mí... nadie lo hace.
—Deja de pensar en esas cosas—. espeté mientras agarraba su mandíbula con más fuerza y su expresión se torció en una de dolor.
—Estas hiriendome.— Levantó la mano y se aferró a mi muñeca para tratar de quitarme el agarre de ella. Pero agarré ambas muñecas con mi brazo de metal y las sostuve sobre su cabeza. Podía sentir su corazón latiendo junto con el mío.
—Y voy a seguir haciéndote daño si no te alejas de mí—. Gruñí mientras me acercaba a ella, contradiciendo mi propia amenaza. Pero algo en ella me atrajo.
Estaba luchando con todos los nervios de mi cuerpo sobre qué hacer con ella. Quería besarla, quería abrazarla. Pero al mismo tiempo quería lastimarla. Era lo más difícil que he experimentado en mis veintiséis años de vida.
Me miró a los ojos y luego su mirada se dirigió a mis labios y supe exactamente lo que quería hacer. —No—, le advertí, —recuerdas lo que pasó la última vez—. Bajé mi mano para que ya no sostuviera su mandíbula sino su cuello. —La próxima vez puede que no sea tu muñeca. —amenacé.
Una vez más, me vino a la mente la necesidad de matarla. Un movimiento, será rápido e indoloro, puedo partirle el cuello y terminar. Ya no sería un problema.
Pero cuando la miré a los ojos, no me atreví a hacerlo. La idea de lastimarla era devastadora, —¿Qué quieres de mí?— Suspiré mientras presionaba mi frente contra la de ella y cerraba los ojos.
—Sólo a ti.— Admitió, mi corazón se aceleró, pero la sensación casi me enfermó al mismo tiempo.
Sacudí mi cabeza contra la de ella, —No, no lo sabes, no sabes las cosas que tuve que hacer para estar donde estoy ahora.
