EN LUGAR DE DESPERTAR CON EL MOLESTO SONIDO DE MI COMUNICADOR, FUE CON EL SONIDO de los pájaros cantando y el ligero parloteo desde el exterior de la nave dañada.
—Nos iremos tan pronto como se despierte—. Lo escuché hablar con alguien y levanté la cabeza para mirar por los agujeros en la pared y ver una nave imperial con Anakin y Piett parados afuera. Ahora estaba vestido con su ropa oscura con la capucha puesta, viéndose como Vader otra vez. No el hombre que se durmió llorando en mis brazos.
—Sí, mi señor.— Piett lo saludó antes de subirse a la nave.
Verlo llorar... Fue una de las cosas más desgarradoras que he tenido que presenciar, lloró como si lo hubiera estado aguantando durante años.
De repente, sus ojos se dispararon y miró a la nave hacia mí y pude ver el familiar brillo amarillo. Sabía que no podía verme, pero estoy segura de que me escuchó.
Me separé de la pared y me puse de pie, comencé a buscar mi ropa alrededor de la habitación. Las encontré secas y las volteé sobre el salpicadero. Rápidamente me quité la ropa de los rebeldes y me puse la mía propia y cómoda.
Todavía se sentía ligeramente húmeda, pero nada que me hiciera sentir incómoda. —¿Estás lista?— Su voz vino detrás de mí y me di la vuelta para verlo de pie en la puerta.
—Oh, sí.— Medio sonreí y aparté la mirada. No estaba segura de qué personalidad esperar en este momento. ¿Iba a ser dulce? ¿Iba a fingir que nunca sucedió? ¿Iba a ser él mismo lleno de su actitud habitual?
Sentí una mano debajo de mi barbilla y levantó mi cabeza para mirarlo a los ojos, sin decir una palabra bajó la cabeza y depositó un beso en mis labios. Usó la mano que estaba en mi barbilla y la llevó a mi cuello donde apretó suavemente mientras me acercaba a él. Finalmente se separó de mí y yo ya comenzaba a extrañar el hechizo al que me sometía cada vez que sus labios tocaban los míos, —Vamos—. Habló en voz baja mientras frotaba suavemente su pulgar en mi mandíbula antes de dejar caer su mano y darse la vuelta para irse.
Felizmente lo seguí fuera de la nave de los rebeldes y hacia la imperialista. —Buenos días, señorita Aspen—. Piett me sonrió y me desconcertó un poco, últimamente ha sido muy amable.
—Eh, buenos días, capitán Piett—. Le devolví la sonrisa, me pregunto por qué ha sido tan amable conmigo, siempre me saluda con la mano cuando me ve desde lejos, casi siempre interviene si otro Capitán está a punto de decirme algo grosero, y ahora esto. Y no olvidemos la vez que se quedaron sin puddin en la cafetería y prácticamente me tiró el suyo para que me lo comiera. Ese fue un día extraño.
