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SEPTIEMBRE

(i can't get no) satisfaction – the rolling stones

Hazel no volvió a ver a su mejor amiga hasta el primer día de clases.

Se encontraron en la parada de autobús, justo en la manzana que quedaba entre su casa y la de ella. Hazel era miope y solo llevaba las gafas en clase y en casa, pero habría reconocido a Annie Wang-Clarke en cualquier lugar, una bolita de todos los colores del arcoíris agitando los brazos entre el asfalto nevado. La chica llegó dando saltitos, sus ojos rasgados brillantes y las manos enguantadas sujetando una bola de nieve que acabó impactando contra la chaqueta de Hazel.

La castaña se limitó a poner los ojos en blanco, aunque lo cierto era que la había echado mucho de menos. Ella también daba saltitos para entrar en calor, sus brazos alrededor de su cuerpo y el tejido de su bufanda haciéndole cosquillas en las orejas. Era septiembre, pero el frío no había abandonado Starkville desde aquella primera nevada a principios de agosto.

—Lo llego a saber y me quedo en California —la voz de Annie era dulce y melosa, casi infantil. Arrugó la nariz bajo la bufanda y Hazel se dio cuenta de que le habían salido un montón de pequitas difuminadas sobre la nariz, huellas del sol de San Diego en su rostro—. Estás tan blanca que pareces un fantasma.

Hazel le pegó un puñetazo en el brazo, aunque se arrepintió al momento de haber sacado la mano del bolsillo de su abrigo. Incluso con los guantes puestos, aún podía sentir el frío colándose entre el tejido y llenándole los dedos de pinchazos helados.

—¿Tu hermana ya no coge el autobús? —Hazel volvió a meterse ambas manos en los bolsillos y miró hasta el final de la calle, justo a la casa donde Annie y Rose Wang-Clark vivían con sus padres.

Annie apartó la mirada.

—No —murmuró—. Creo que Brent la llevará en coche por las mañanas.

—Así que han vuelto.

—Sí, bueno —su amiga se mordió el labio inferior justo cuando avistaron el autobús amarillo apareciendo desde el final de la carretera—. Es la historia de siempre. Cortaron cuando estábamos en California y nos chafó las vacaciones a todos un poco. Pero creo que volvieron hace una semana, o algo así. Brent se presentó ayer en la puerta de mi casa con un ramo de rosas. Le abrió mi padre. Me dio un poco de vergüenza ajena, la verdad.

—«Oh, Rose, vuelve conmigo» —Hazel empezó a burlarse mientras subía las escaleras del autobús—. «Te prometo que cambiaré. Te prometo que esta vez duraremos más de dos semanas. Venga, por favor. Dame otra oportunidad».

—¿Qué pasa, chica cuervo? ¿Se te ha pasado lo de escribir y ahora quieres actuar?

La cabeza ahuevada de Peter McLaren asomó entre los asientos del final, sus cejas desiguales alzadas entre las inseparables Ruby Williams y Amelia Flores.

—Que te den.

Hazel no apartó la mirada de Peter mientras caminaba entre los asientos, aunque el protocolo no explícito del instituto de Starkville siempre había sido muy claro: Peter McLaren siempre encontraría una manera de molestarte, sin importar quién fueras. Si intentabas evitarle y no le mirabas a los ojos, quizás incluso podrías librarte.

Nadie dijo nada más. Ni Ruby ni Amelia despegaron las miradas de sus móviles, y Annie no hizo ningún comentario más sobre el grupo de amigos de su hermana. Hazel pensó en meterse con Peter porque Brent llevaba a su novia en coche y a los demás no, pero decidió morderse la lengua cuando los dedos enguantados de Annie —tenía los dedos de los colores del arcoíris— se posaron sobre su brazo.

Todos los días de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora