winter bird – aurora
Fue una movida, lo de la chica nueva. Hazel pensaba que Starkville estaría demasiado ocupado con todo aquello del invierno eterno, pero las novedades en un pueblo nunca dejan de ser novedades.
Estaba acostumbrada a robar pedacitos de conversaciones ajenas, de atrapar las voces que flotaban a su alrededor. No importaba, fuera quien fuera: había pasado casi una semana desde que había aparecido en el instituto y todos seguían hablando de ella.
Ella y aquel cabello casi blanco. Ella y aquel ceño fruncido. Ella y las sudaderas anchas, unos auriculares azules bloqueando siempre el sonido del exterior. Hazel intentó escuchar lo que Annie le estaba diciendo, sus dedos cortos y regordetes jugando con aquella comida tan sintética que servían en la cafetería del instituto.
—Míralos. ¿Es que han vuelto otra vez? Parece que nunca se aclaran.
Tardó unos segundos en darse cuenta de que aquella no era la voz de su amiga. Giró ligeramente la cabeza y miró a las dos chicas de segundo curso que comían en la mesa de detrás, sus ojos clavados en la puerta de entrada. Hazel ni siquiera tuvo que mirar para saber sobre quién estaban cuchicheando.
Suspiró y le echó un último vistazo a la chica nueva, que mordisqueaba una manzana en una de las mesas del fondo. Estaba sola. Cada vez que la miraba, Hazel no podía sacarse de la cabeza el pensamiento de que no era humana, no podía serlo.
Dirigió la mirada hacia la entrada, las chicas que antes habían estado cuchicheando con los ojos clavados en sus bandejas. Annie también había dejado de hablar, un ceño ligeramente fruncido y sus fosas nasales expandiéndose como hacía cada vez que se enfadaba.
Rose Wang-Clarke caminaba con la barbilla levantada y aquella sonrisa tan radiante, todos los rayos del Sol capturados entre dos labios rosáceos. Casi hacía que pareciera que aquel eterno invierno hubiese acabado, como si la primavera naciera bajo sus pies con cada paso que daba. Cubriendo sus hombros, a su lado, alto como una torre, estaba su (ex-ex) novio Brent Scott.
Hazel se aguantó las ganas de resoplar. Los dos eran un tópico en toda regla.
Brent pertenecía al equipo de baloncesto del instituto y era tan alto que le sacaba, como mínimo, una cabeza a, prácticamente, todo el profesorado. A veces, daba la sensación de que no era un chaval de diecisiete años, sino un joven adulto que había acabado la carrera y había decidido volver al instituto para no tener que enfrentarse al mundo laboral. Aquella era una teoría muy interesante sobre a la que Hazel le gustaría escribir en The Raven's Secret, aunque jamás se atrevería a hacer algo así porque la familia de Brent era de las más influyentes de Colorado y podrían hacer desaparecer todo por lo que había trabajado con un chasquido de dedos.
Rose era otra historia. La hermana de su mejor amiga había sido su amiga también en algún momento de su infancia, pero siempre hubo algo que las había separado, como una especie de puente construido con todas sus diferencias que no tardó demasiado en desmoronarse. De todas formas, ni siquiera la propia Annie compartía demasiado con ella. Ya no.
Rose y Annie no se parecían en absoluto, ni siquiera físicamente. Annie era chino-americana y Rose, de padres biológicos blancos, había sido adoptada en California. No era tan difícil de entender, pero la gente siempre había tenido un millón de preguntas al respecto. Hubo una temporada, justo al empezar el instituto, en la que decidieron fingir que no eran hermanas para no tener que dar explicaciones cada vez que conocían a alguien.
Las explicaciones eran bastante simples. Chen Wang, el padre biológico de Annie, se mudó desde Hong-Kong hasta Fort Collins para estudiar en la universidad estatal de Colorado. Allí fue donde se enamoró de Annelise, una mujer chino-coreana que murió dos meses después de que Annie naciera. Chen fue capaz de rehacer su vida dos años más tarde cuando conoció a Andrew Clarke en un viaje de negocios a San Diego, donde finalmente adoptaron a Rose.
Rose fue una niña bastante salvaje hasta que dejó de serlo. Pasó de las rodillas ensangrentadas a las botas altas, y no habría sido un problema para nadie si no fuera por el hecho de que toda la atención que empezó a recibir al comenzar el instituto hizo que se convirtiera en una persona completamente diferente.
No era como si no se viera venir. Todas las abuelas de su vecindario siempre la pillaban por banda para estirarle los mofletes y hablarle sobre lo guapa que sería de mayor. Después de todo, incluso de niña había sido bendecida con ser exactamente lo que el canon de belleza occidental demandaba, con aquella figura esbelta y aquella piel de porcelana, los ojos de un azul cristalino casi transparente y las ondas doradas que hacían que se asemejara a una muñeca.
Siempre habían sido ellas tres —Hazel, Annie y Rose— y después alguien más, pero nada de aquello importó porque ambos acabaron por irse. Rose había encontrado a gente que se reía cuando sus chistes no eran graciosos y que le recordaba lo bonita que era todo el tiempo así que ¿qué importaban, después de todo, su hermana y su mejor amiga?
Annie fue la más afectada. Nunca lo mencionó en voz alta, pero era evidente incluso para Hazel. Las cosas entre ella y Rose se habían enfriado durante los últimos años, pero los puentes se convirtieron en murallas cuando su hermana empezó a salir con Brent Scott.
La castaña resopló una vez más, intentando captar la atención de su amiga. Casi podía escuchar sus pensamientos entre aquella mezcla de sonidos de cubiertos chocando y voces entremezclándose.
—Qué aburrimiento —dijo, jugando con la última albóndiga que le quedaba en la bandeja. Ni siquiera estaba segura de que estuviera hecha del todo—. De gente, digo. Me aburre hasta mirarles.
Annie volvió a la realidad.
—Ya, bueno —dejó de mirar a su alrededor y clavó su mirada en Hazel —. Y, ¿qué? ¿Cómo va con Elsa? ¿Has hablado con ella?
Hazel sintió los latidos de su corazón en el cuello. Elsa. El Arendelle de Colorado. El eterno invierno. El artículo. La Joseph Pulitzer.
—Tengo la sospecha de que, si me acerco a ella, me acuchillará —bromeó, una mirada fugaz hacia las mesas casi vacías del fondo—. Quizás saque hielo por los ojos o algo así.
Su amiga soltó una carcajada.
—La verdad es que da mal rollito.
Se quedaron en silencio. Hazel estaba intentando pensar en una manera de llegar hasta el mostrador estratégicamente para evitar a Peter McLaren —y a Brent, Rose, Amelia y Ruby— y así poder evitar su comentario rutinario de baboso —«qué culazo, chica cuervo»—, pero el hilo de sus pensamientos fue interrumpido cuando se dio cuenta de que Annie no estaba allí.
Seguía sentada frente a ella, pero parecía que había visto a un fantasma. Tenía la mirada fija en algún punto de la cafetería, pero, aquella vez, sus ojos no descansaban sobre su hermana. Hazel dirigió la mirada hacia dónde la estaba dirigiendo Annie, una capucha negra y una cabellera pelirroja entre todo el gentío.
—No me jodas —murmuró para sus adentros.
Fue la segunda vez aquella semana en la que a Hazel le embriagó la sensación de que todo estaba a punto de cambiar...
y de que no le gustaría en absoluto.
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Todos los días de invierno
Fiksi RemajaLa vida de Hazel Green siempre se ha guiado por la misma constante: tiene que ser la mejor en todo. Hasta su último año de secundaria, ha estado cumpliendo con el manto de expectativas que su madre ha puesto sobre ella. «Ve a clase. Sé la mejor de t...