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buzzcut season – lorde

No había nada que Hazel odiara más en el mundo que las mañanas de invierno. Y, aunque técnicamente no era invierno aún, hacía un frío de mil demonios.

Luchó contra su voluntad de quedarse bajo las sábanas, de fusionarse con su colchón para no tener que seguir escuchando el sonido de los tacones de su madre repiqueteando desde el piso de abajo. Habría reconocido aquellos pasos en cualquier lugar, esa manera tan característica de clavar los pies en el suelo para anunciar al mundo que estaba allí.

Era un sonido terrible, la peor banda sonora para acompañar sus mañanas. Se le incrustaba en el cerebro y le acompañaba durante el resto del día. Toc, toc, toc mientras desayunaba cereales. Toc, toc, toc en el autobús escolar. Toc, toc, toc por encima del choque de cubiertos y las conversaciones entremezcladas de la cafetería.

Hazel negó con la cabeza frente al espejo, su cabello castaño hecho una maraña de mechones desordenados a la altura de su barbilla. La cafetería. Pasó el cepillo con demasiada fuerza al recordar los sucesos del día anterior, aquella cabellera pelirroja que habría preferido no haber vuelto a ver jamás y todo el malestar que la acompañó.

Theo había desaparecido hacía más de tres años y nadie sabía qué había pasado con él, pero allí estaba de nuevo. Hazel intentó no pensar demasiado en los recuerdos de la última vez que lo vio, las lágrimas de Annie y todo lo que llegó después. Las llamadas perdidas y las visitas a su casa, su padre aferrándose a una botella de alcohol mientras les gritaba que dejaran de preguntar por él o que llamaría a la policía.

Su amigo de la infancia había desaparecido sin decir nada, y lo peor era que Annie parecía haberlo olvidado todo. Quería que volvieran a ser amigos. Quería que todo volviera a ser como antes.

Hazel suspiró, intentando olvidar el tema mientras bajaba hacia la cocina, tambaleándose aún por el cansancio y cogiéndose con fuerza a la barandilla de las escaleras para evitar un accidente. Cuando su padre la vio entrar volvió a revolverle el cabello, convirtiéndolo en un nido de color castaño sobre su cabeza. Hazel gruñó, resoplando mientras abría la nevera.

—Acabo de peinarme.

—Sí, sí. Ahora te quejas, pero de pequeña te encantaba.

Hazel no respondió. Tampoco dijo nada sobre el olor a quemado que empezaba a emanar la tostadora —como cada-maldita-mañana— ni sobre que si no despertaba a Lucas ya volverían a llegar tarde al colegio, como siempre, porque dormía tan profundamente como un oso en proceso de hibernación. A veces, se preguntaba si todo aquello del eterno invierno sería cosa de su hermano pequeño.

Cuando reconoció aquel olor tan característico a perfume caro que acompañaba a su madre allá donde iba, sintió un escalofrío. Levantó la mirada de su bol de cereales esperando cualquier cosa, algo. Pero no importaba. Su madre nunca decía «buenos días», ni se molestaba en preguntarle cómo había pasado la noche. A veces, salía por la puerta sin decir nada en absoluto. Al fin y al cabo, todas sus conversaciones acababan girando siempre alrededor del mismo tema:

—Espero que estés estudiando estos días —le dijo aquella mañana helada de septiembre, su mirada clavada en el espejo de la entrada mientras retocaba su maquillaje—. Me preocupa que te hayas relajado durante las vacaciones de verano.

No fue capaz de mirar más allá de los cereales que empezaban a emblandecerse con la leche, cuando dijo:

—Acabamos de empezar. Tampoco es como si hubiera mucho que hacer.

Hazel no añadió nada más. Quiso decirle que no se había relajado, que no recordaba la última vez que había hecho algo así. Quiso mencionarle que sabía lo importante que era para ella que entrara en una de las universidades de la élite, pero que aquel no era su plan. Que lo que ella quería hacer era estudiar Periodismo en la Joseph Pulitzer Journalism School, que a la mierda Harvard, Princeton y Yale. Quiso añadir que no se le ocurría otra manera de existir, que siempre habían sido ella y las palabras. Por eso había tomado las riendas del periódico del instituto. Por eso estaba tan empeñada en escribir aquel artículo que lo cambiaría todo para siempre.

Todos los días de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora