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DICIEMBRE

evermore – taylor swift

Para Hazel, El Frío De Verdad no llegó hasta diciembre.

Todo estaba pasando tan rápido y lo único en lo que podía pensar era en que tan solo quedaban seis meses para que terminara el curso. No lograba aturar las manecillas del reloj por mucho que tirara de ellas, la sombra de la universidad cada vez más cerca de pisarle los talones.

Además, su madre había decidido castigarla con el silencio. Pasó el mes entre puertas cerrándose con fuerza, respiraciones pesadas y su perfume quedándose en cada habitación que abandonaba.

Al principio, pensó que no sería para tanto. Que se le pasaría en unos días, de la misma forma que se le pasó cuando su hermano Lucas suspendió dos asignaturas al acabar cuarto de primaria. Empezó a intentar llamar su atención y a borrar los recuerdos de su última discusión, pero se le hizo imposible.

Cada vez que entraba en una habitación, su madre la abandonaba. La miraba con aquellos ojos vacíos, como si no estuviera viéndola realmente, como si no fuera más que un fantasma. Cada vez que la ignoraba, Hazel se hacía más y más pequeñita.

No consiguió que le dirigiera la palabra hasta el trece de diciembre, un lápiz colocado sobre la oreja y los dedos helados pese haber pasado la tarde entera en casa. Claire Green había llegado antes del trabajo, pero ni siquiera se había molestado a sentarse a cenar con el resto de la familia.

La chica se acercó a ella con un ligero temblor en su interior, sigilosa como un gato. Temía cometer hasta el más mínimo error. A su lado, hasta respirar se convertía en algo increíblemente difícil. Carraspeó un poco, la mirada de la mujer clavada en la pantalla de su portátil, un documento de Excel abierto y un montón de cosas que Hazel no entendía.

—He rellenado la solicitud para entrar en Yale —dijo, y procedió a dejar los documentos sobre la mesa.

Fue entonces cuando su madre levantó la mirada de la pantalla y la miró por primera vez en semanas. Hazel sintió que algo se removía en su interior, pero no era algo agradable. Era feo, incómodo y pegajoso. Habría dado cualquier cosa por no volver a sentirlo otra vez.

—Bien.

No hizo falta nada más. Le regaló la sombra de una sonrisa, una mueca de labios fruncidos antes de volver a enfrascarse en su trabajo.

Habló con Annie, también. Fue en el instituto, un día que el granizo chocaba contra la repisa de las ventanas y no les dejaba escuchar lo que la señora Bashir intentaba explicarles.

Theo ya había vuelto al instituto y el curso de los acontecimientos había vuelto a la normalidad. Peter había vuelto a ser el mismo imbécil de siempre, pero absteniéndose de hacer ningún tipo de comentario acerca del pelirrojo. Era cierto que seguía metiéndose con Hazel y llamándola «chica cuervo», pero a ella no le importaba.

Después de todo, aquella era su dinámica, ellos dos funcionaban así. Además, tenía la sensación de que ahora tenían una especie de secreto compartido, algo que estaba fuera del alcance de personas como Brent Scott. De algún modo, aquello le hacía sentir increíblemente bien.

—¿Puedo sentarme aquí?

La cafetería aún estaba vacía cuando Hazel se acercó a Annie. Tenía el cabello, lacio y negro como la noche, repleto de pinzas de colores.

Su amiga levantó la mirada, Bambi asomando la cabeza entre la nieve. Hazel juró que empezaría a llorar allí mismo, sus labios formando un puchero cuando murmuró:

—Soy tan tonta.

—Las dos somos un poco tontas, sí.

—Te he echado de menos, pero no sabía cómo acercarme a ti.

Todos los días de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora