let me in – grouplove
Hazel se dedicó a evitar a Annie durante el resto de la semana.
Le pidió a su padre que le llevara al instituto todas las mañanas para no tener que cruzársela en la parada del autobús, las melodías de Bach a través de los altavoces de su coche mientras apoyaba la frente contra el cristal frío de la ventanilla.
Pensó mucho en el Frío, aquellos días. Pensó en el eterno invierno, en la nevera de Brent Scott convirtiéndose en un congelador, en el libro de la niña de las lágrimas congeladas. Se preguntó si Astrid lo echaría de menos, si tendría alguna especie de valor sentimental y si debería devolvérselo. Recordó la última página que había traducido, el sabor metálico de la sangre inundando su boca cuando se mordió la lengua con fuerza:
«Era como si el Frío se hubiera convertido en una parte de ella.
Cuando caminaba, las flores morían a su paso.
Cuando respiraba, el vaho se escapaba de entre sus labios.
Cuando lloraba, sus lágrimas caían
como
estalactitas
de hielo».
Podría haberlo hecho. Podría haberlo metido en su mochila a escondidas o podría haberlo dejado en algún rincón de su habitación alguna de las veces que ella le había invitado a su casa. Podría haberse deshecho de él y de la culpabilidad que se le hundía el pecho.
No podía. Había una parte muy pequeña dentro de ella, pegajosa, oscura y bochornosa, de la que había intentado huir sin éxito. Una parte que seguía queriendo escribir aquel artículo, una parte que se aferraba a aquel libro como si pudiera convertirse en la prueba que le abriría las puertas de la Joseph Pulitzer.
—¿Eso ha sido un triple?
—Y yo qué sé. ¿Me ves con cara de saber algo de baloncesto?
Sacudió la cabeza al escuchar las voces de Rose y Ruby, el suelo reluciente de la pista de baloncesto abriéndose frente a ella. Jordan y Carlos le habían prácticamente suplicado que fuera a verles a sus partidos ahora que la liga estatal mixta había empezado, pero los ojos de Hazel solo seguían a una sola persona.
Una coleta alta dando saltitos alrededor de la pelota, ese cabello tan largo pese a estar recogido. Astrid estaba increíblemente guapa con el uniforme del equipo, una camiseta sin mangas que le iba un poco ancha con los colores del escudo del instituto.
Había llegado sola al partido, abriéndose paso entre la gente que ya estaba sentada en las gradas, pero se había encontrado con que Ruby y Rose ya estaban allí.
—Mira a Peter —le susurró la primera, el olor floral de su perfume inundándolo todo cuando se inclinó hacia Hazel—. Dime que no parece un orangután cuando corre de esa manera.
Hazel soltó una carcajada, aunque Rose Wang-Clarke ni siquiera había parecido inmutarse. Estaba ausente, casi como si su cuerpo estuviera allí, pero su mente no. Le echó un vistazo rápido, el rostro sin maquillar y una sudadera enorme cubriéndole el cuerpo. Hazel se preguntó si Annie le habría contado lo que había pasado entre ellas.
Ruby no tardó demasiado en aburrirse y empezar a hacerse selfies con diferentes filtros de Instagram. Rose no reaccionó hasta que acabó el partido, los nudillos pálidos sobre su regazo justo antes de levantarse para correr a abrazar a su novio.
ESTÁS LEYENDO
Todos los días de invierno
Teen FictionLa vida de Hazel Green siempre se ha guiado por la misma constante: tiene que ser la mejor en todo. Hasta su último año de secundaria, ha estado cumpliendo con el manto de expectativas que su madre ha puesto sobre ella. «Ve a clase. Sé la mejor de t...