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400 lux – lorde

Las cosas cambiaron desde aquel viaje.

Por su parte, Hazel fingió que no había pasado nada durante las colonias. Fue como una especie de pacto implícito en el que tanto ella como Astrid habían decidido no volver a mencionar nada que tuviera que ver con Aspen.

La castaña hizo un esfuerzo sobrehumano por intentar ignorar sus sospechas, también. Una noche se sentó sobre su cama, el libro que había tomado prestado delante de ella, un mensaje de Astrid sin responder encendiendo la pantalla de su móvil.

«La niña creció y, con ella, el dolor que albergaba dentro de su corazón.

La gente se fue, el mundo que la rodeaba se apagó, y fue entonces cuando llegó 

El Frío».

Pasaron los días, mañanas entre las cuatro paredes del instituto y tardes de risas compartidas en la cafetería favorita de Hazel. Volvió a llevar a la noruega con la excusa de hacer los deberes juntas allí, aunque también pasó mucho tiempo en su casa, las piernas cruzadas sobre la cama de su hermano Lucas mientras jugaban a videojuegos juntos.

Fueron días buenos, días tranquilos. Su madre no le molestó demasiado y Hazel sintió que las cadenas que le rodeaban las muñecas se aflojaban un poquito.

Echó de menos el sol acariciando su rostro, eso sí. Echó de menos aquel primer día en Aspen, todos los colores del otoño que aquel eterno invierno le había arrebatado.

Era un martes por la mañana cuando se dirigió al salón de actos cogida del brazo de Annie, la sombra de Theo cabizbaja tras ellas.

Durante los últimos días, su comportamiento había sido más raro que de costumbre. Apenas hablaba, miraba a todas partes de manera casi frenética y no dejaba de hacer, deshacer y rehacer su cubo de Rubik, una y otra vez, como si estuviera intentando encontrar combinaciones de colores nuevas.

Daba igual: tampoco era como si a Hazel le importara. Aquella tarde, no estaría encerrada en su habitación estudiando ni en Wander fingiendo que hacía los deberes con Astrid. Era la primera presentación del curso que hacía el grupo de teatro de Starkville High, una interpretación del musical favorito de Rose Wang-Clarke: West Side Story.

Cuando entraron en el salón de actos, sin embargo, la castaña no pudo evitar fruncir el ceño.

La obra estaba a punto de empezar, pero la estrella principal estaba sentada entre el público.

—¿Por qué no está detrás de escena? Empieza en cinco minutos.

Ya se habían sentado. Hazel le había guardado un sitio a Astrid a su lado, aunque llegaba tarde y no había contestado ninguno de sus mensajes. Annie empezó a mover el pie bajo el asiento y se cruzó de brazos cuando respondió:

—Lo ha dejado. Quiere centrarse en los estudios para entrar en la universidad, ya sabes.

No, no sabía. Se quedó mirando la cabellera rubia de Rose Wang-Clarke, sentada un par de filas más cerca del escenario, el brazo de Brent Scott atrayéndola hacia él.

—Pero si quería estudiar teatro musical —replicó, el pie de su mejor amiga acelerándose bajo su asiento—. Quería ir a la Tisch School en Nueva York, lleva diciéndolo desde que éramos unas mocosas. ¿Cuándo ha cambiado de opinión?

Su amiga no respondió. Cogió el cubo de Rubik que descansaba sobre el regazo de Theo y empezó a toquetearlo, los cuadrados de colores cambiando entre sus dedos.

Todos los días de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora