ABRIL
everybody loves you – charlotte lawrence
Neumonía.
Eso le habían dicho los médicos a Astrid el mes anterior, durante los días que habían pasado en el hospital de Denver. Su abuelo había tenido una infección pulmonar que había derivado a una neumonía leve, aunque no tardaron demasiado en darle el alta.
Como no podían permitirse pagar un taxi después del sablazo que les habían metido en el hospital, fue Jordan quien vino a buscarles con el viejo coche de su madre. Astrid no le había explicado demasiado por teléfono, pero no había sido necesario: en menos de dos horas, el chico de los huesos ya les esperaba en la puerta del edificio.
—Quita, niña —le había dicho su abuelo en noruego, la barba más larga que de costumbre y su pérdida de peso notable bajo la camisa de cuadros que llevaba—. ¿Ves que lleve muletas o algo por el estilo? Puedo caminar yo solito.
La chica no rechistó. Dejó que cruzara él solo las puertas automáticas, un cielo gris y encapotado dándoles la bienvenida desde el exterior. Se alarmó un poco cuando le escuchó toser de nuevo, pero el hombre ni siquiera dejó que le pasara un pañuelo.
El enfermero que le había estado cuidando, que había resultado ser sueco, le había dicho que aún tardaría un mínimo de dos semanas para recuperarse en casa. La tos seguiría allí, aunque se iría desvaneciendo lentamente y tardaría un tiempo en que sus niveles de energía retornaran a la normalidad.
Le dijo, también, que debería tomarse tiempo libre del trabajo. Después de todo, era muy posible que no pudiera hacer el tipo de actividades a las que estaba acostumbrado.
—Y un cuerno —había respondido el anciano, las manos toscas pero pálidas aferrándose a las sábanas—. ¿Sabes cuánto me va a costar esto? En cuanto llegue a casa, sigo montando el armario que me había encargado el señor Singh.
Olaf Johansen era más cabezón que su propia nieta.
—Le veo bien, Kaptein Johansen —había dicho Jordan al verles llegar, mientras le ayudaba a sentarse en el asiento de co-piloto. El hombre refunfuñó algo en noruego, los rizos del chico cayéndole sobre la frente mientras se inclinaba sobre el volante—. El otro día me crucé con un vídeo de YouTube a las tres de la mañana que hablaba sobre las Hamingja nórdicas, así que le he traído esto.
Mientras se acomodaba en los asientos de atrás, Astrid vio cómo Jordan sacaba una figura de madera del bolsillo de su sudadera, la uña del pulgar pintada de color azul marino mientras se la entregaba a su abuelo.
—Bjørn —el rostro del anciano pareció suavizarse al inspeccionar la figura de aquel oso tallado en madera, un acento tosco y pesado cuando se dirigió al chico en inglés—. Es feroz. No tanto como los que vi durante mi juventud, pero es suficiente.
Cuando Jordan arrancó el coche, Astrid sintió el peso del mundo entero abandonando sus hombros, sus ojos entrecerrándose cuando apoyó la espalda contra el asiento trasero. Antes de dejarse llevar hacia los brazos de Morfeo, desbloqueó el teléfono móvil para enviar un mensaje:
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Todos los días de invierno
Teen FictionLa vida de Hazel Green siempre se ha guiado por la misma constante: tiene que ser la mejor en todo. Hasta su último año de secundaria, ha estado cumpliendo con el manto de expectativas que su madre ha puesto sobre ella. «Ve a clase. Sé la mejor de t...