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generation why – conan gray

La escena fue exactamente como Hazel se la había imaginado.

Le dolieron los pies diez pasos después de salir del coche de Jordan, la suela de los tacones de su madre —los que siempre repiqueteaban, aquel sonido constante ahora provocado por ella— clavándose como agujas en sus plantas. No podía evitar dejar de pisar el final de su vestido largo, de subirse el escote para evitar cualquier accidente.

Por lo menos, su vestido dorado era simple y sencillo, con algún que otro detalle plateado, un patrón de estrellitas cubriéndole la cadera. No era como el de Annie, por ejemplo. Correteaba por ahí, por encima de la hierba alta, el azul eléctrico de la falda corta más pomposa que Hazel había visto jamás destacaba entre la oscuridad de la noche.

Y, aunque no había dejado de parlotear desde que Jordan les había recogido en su urbanización, en ningún momento soltó la mano de su hermana. Rose llevaba exactamente el mismo vestido que Annie, pero el suyo era de color rosa. Astrid había alzado una ceja al verlas, las manos escondidas en los pequeños bolsillos de su chaleco sin mangas.

—¿Es que sois Erika y Anneliese de Barbie en La Princesa y la Costurera o qué?

Astrid estaba despampanante. Hazel lo pensó al verla salir del coche, el cabello lacio y níveo cayéndole como una cascada de hielo sobre el chaleco negro. Sintió un calor que le subía de la boca del estómago y se expandía por sus extremidades, el color rojo tiñéndole hasta las orejas.

Llevaba ese chaleco, y ya está. No llevaba nada debajo, su ombligo asomando por encima de unos pantalones de traje que le iban unas cuantas tallas grandes (según había comentado Jordan, se los había «robado» hacía un par de semanas). Hazel se preguntó cuántos pantalones de traje tendría el chico esqueleto, porque iba realmente elegante aquella noche, como si fuera un actor de cine en la première de su última película, su cabello recogido delicadamente en un moño, un par de rizos acariciándole el pómulo izquierdo.

—Estás guapa.

Sintió que se le cerraba la garganta al escuchar la voz de Astrid mientras se dirigían hasta el pabellón polideportivo de Starkville High, el sonido de la última canción de Coldplay y The Chainsmokers llegando ahogado a través de las paredes de hormigón.

—¿Guapa a lo, guapa de verdad, o guapa a lo «es la fiesta de graduación y se supone que tengo que decir algo así»?

—Guapa a lo «tengo muchas ganas de besarte ahora mismo».

—Dios, qué asco —Jordan hizo una mueca mientras se ajustaba el cuello de la camisa—. Tienes que jurarme por el mismísimo esqueleto del laboratorio de Biología que no volverás a decir algo así delante de mí. Nunca. Si no, te juro que me voy de aquí y me voy a casa con Theo. De verdad.

Hazel arrugó la nariz cuando entraron en el recinto, pero no soltó la mano de Astrid ni siquiera cuando empezó a sudarle. El lugar estaría a oscuras si no fuera por el millón de lucecitas que habían puesto por todas partes —luces LED sobre las mesas, bolas de discoteca colgadas del techo, un par de focos frente a la pared decorada con globos y guirnaldas donde la conserje hacía las sesiones de fotos—, los altavoces reproduciendo cada maldita canción que había sonado en la radio durante los últimos meses.

Rose, Annie y Jordan las abandonaron para bailar In My Feelings de Drake y Hazel empezó a sentirse extraña y vacía, como si se estuviera perdiendo algo increíblemente importante. Aquella noche era trascendental para todos, la última vez en la que se encontrarían en aquel instituto.

Giró la cabeza ligeramente para mirar a Astrid cuando Jordan dejó de agitar aquellos brazos tan largos al bailar —definitivamente, bailar no era su fuerte—, golpeando por accidente a las personas que le rodeaban. Empezó a sonar la canción que habían explotado tanto desde septiembre del año anterior, y Hazel sintió que le daba un vuelco el corazón.

Todos los días de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora