cardigan – taylor swift
Cuando Rose Wang-Clarke volvió a casa, tuvo que enfrentarse a un millón de fantasmas.
Un pequeño ramo de rosas disecadas sobre su escritorio.
Un osito de peluche que abrazaba un cojín en forma de corazón donde podía leerse un «te quiero».
Un millón de cartas que había escondido allí, en el cajón medio abierto de su mesita de noche.
Una foto Polaroid que había arrancado en un ataque de rabia del mural de su pared, pero que no se había atrevido a tirar a la basura.
Cerró los ojos con fuerza hasta que vio destellos de luz, fragmentos de polvo diamante tras sus párpados.
Intentó concentrarse en su respiración, siguiendo los consejos que le había dado la doctora Waltz.
Inhala, exhala. Inhala, aguanta el aire, exhala. Relaja los hombros, destensa la mandíbula. Haz que tu lengua deje de tocar tu paladar.
Cuando cerraba los ojos, podía verlo. Dos hileras de luz enzarzándose como enredaderas en la oscuridad. El Frío abandonando sus fosas nasales, el Hielo ocupando todas las esquinas. Aquella sensación tan rara en su pecho, como si su corazón estuviera hecho de cristal. Como si pesara mucho, como si ella no fuera nada más que un recipiente para algo mucho más grande, más espectacular.
Sin embargo, aquel día fue capaz de volver a respirar antes de que el Frío se adueñara de todo lo que conocía.
Estaba sentada sobre la cama cuando alguien llamó a su puerta, las piernas cruzadas sobre el edredón sin sábanas. Por fin había tirado todo lo que le recordaba a él; las cartas llenas de promesas vacías y los peluches, las rosas que escondían espinas y las fotografías que hacían que todo pareciera mucho mejor de lo que era.
Annie le había ayudado en silencio, las mejillas sonrojadas y cada una de sus uñas pintada de un color pastel diferente. No le había hecho ninguna pregunta, de la misma forma en la que se había limitado a abrazarla, sin decir nada en absoluto, cuando pasó lo de las fotos que le había enviado a Brent. Fue justo antes de que Hazel escribiera aquel estúpido artículo, cuando el peso del mundo se le hizo tan insoportable que sus esfuerzos por tranquilizarse despertaron a su hermana a las dos de la mañana.
Aquella noche, Annie le acarició la espalda hasta que pudo respirar de nuevo. La abrazó hasta que se quedó dormida y no abrió la boca en ningún momento. Desde entonces, empezó a dormir más en su habitación, siempre con el portátil bajo el brazo para ver alguna de las comedias románticas que tanto les gustaba ver juntas cuando eran pre-adolescentes.
Quizás su hermana merecía saber qué estaba pasando, pero los besos de Brent habían sellado sus labios convirtiéndolos en una cremallera cerrada.
Quería hablar del vacío que sentía en la boca del estómago,
de las humillaciones, de los gritos
de aquel rostro que se colaba en sus peores pesadillas,
(el mismo rostro que veía cada vez que soñaba despierta)
del veneno, de la adicción.
De la arena dentro de sus pulmones,
aquella que le advertía continuamente
(«No mereces esto»).
De la voz dentro de su cabeza,
el fantasma que vivía entre sus costillas
«Nadie más será capaz de quererte como lo hago yo»
«Ni siquiera les escuches, solo quieren separarnos»
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Todos los días de invierno
Teen FictionLa vida de Hazel Green siempre se ha guiado por la misma constante: tiene que ser la mejor en todo. Hasta su último año de secundaria, ha estado cumpliendo con el manto de expectativas que su madre ha puesto sobre ella. «Ve a clase. Sé la mejor de t...