all the kids are depressed – jeremy zucker
Hazel odiaba cuando los días pasaban de aquella manera tan rápida y repetitiva. Astrid siguió sin hablarle, gran parte del equipo de baloncesto rodeándola en la cafetería. Además, las palabras de Theo no dejaban de hacer eco en su cabeza:
Eres una egoísta. Eres una egoísta. Eres una egoísta.
No le gustaban aquellas palabras. Había sido una rarita, una empollona, una arrogante. Doña Perfecta. La chica cuervo. Había sido muchas cosas a ojos de los demás, pero nunca una egoísta.
O, por lo menos, nunca se lo habían dicho a la cara.
No de aquella manera.
No con aquella dureza.
Era una egoísta. Por eso el libro de Astrid seguía en el cajón de la mesita junto a su cama, las palabras que había traducido la noche anterior haciendo eco en su cabeza:
«Érase una vez, una niña que era feliz porque aún no había conocido la oscuridad que albergaba el mundo».
Era una egoísta, porque había tomado prestado aquel libro solo para poder confirmar la estúpida hipótesis que había comenzado a coger forma en su cabeza durante los últimos días.
Pero, ¿cómo iba a servirle aquello para escribir su artículo para entrar en la Joseph Pulitzer?
No significaba nada en absoluto, solo era un libro infantil en noruego.
Quizás lo tuviera desde que era pequeña, quién sabe. Quizás le recordaba a su infancia. Quizás Hazel sí fuera una persona horrible, después de todo.
—Haze, ¿me has escuchado?
Annie la miró desde la alfombra peluda de color azul eléctrico que ocupaba gran parte de su habitación. Se había estirado allí con su ordenador portátil con la tapa llena de pegatinas y había puesto algo de música para que hacer los deberes se les hiciera más ameno.
—Sí. Bueno, no. No lo sé. ¿Qué has dicho?
Su amiga suspiró. Dejó el portátil sobre la cama que había sido de Rose antes de que pidiera que durmieran en habitaciones separadas al empezar el instituto. Aquel había sido un golpe duro para Annie, porque hubo una época en la que su hermana lo había sido todo para ella.
Ya no le importaba demasiado, sin embargo. O, por lo menos, eso le parecía a Hazel. Además, habían sacado algo positivo de todo aquello, como que la castaña pudiera dormir en la antigua cama de Rose cada vez que se quedara en casa de los Wang-Clarke y que Annie pudiera llenar lo que fue «su mitad de la habitación» con posters de grupos de K-Pop.
—He dicho que me parece una tontería ir a Aspen si no vamos a esquiar.
—Ya, bueno. Ya has escuchado al señor Harrison. Todo el mundo aquí está cansado de la nieve y allí es demasiado pronto para que abran las pistas de esquí. Ya sabes, todo esto del invierano no ha llegado hasta allí.
—Técnicamente, ya no tendríamos que llamarlo invierano —Annie le sacó el envoltorio a la piruleta que descansaba sobre su mesita de noche y se la metió en la boca—. En teoría ya es otoño, así que... Le podríamos llamar, no sé. Otinvierno. Invieroño.
La castaña soltó una carcajada cansada. Estaba tumbada sobre la cama de Annie, la libreta abierta y los apuntes de matemáticas esparcidos sobre el edredón. La última vez que había hecho aquello le había manchado las sábanas de tinta de bolígrafo, pero a ninguno de los padres de Annie les molestó demasiado. Andrew soltó una broma sobre aquello siendo «Hazel y su manera de expresarse artísticamente en casa» y Chen añadió que, simplemente, quería dejar mi huella para que todos supieran que era la tercera hija de la familia Wang-Clarke.
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Todos los días de invierno
Novela JuvenilLa vida de Hazel Green siempre se ha guiado por la misma constante: tiene que ser la mejor en todo. Hasta su último año de secundaria, ha estado cumpliendo con el manto de expectativas que su madre ha puesto sobre ella. «Ve a clase. Sé la mejor de t...