18.

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marlboro nights – lonely god

Al final, acabaron por compartir cabaña Hazel, Astrid, Annie y Rose.

Fue cosa del señor Harrison. Probablemente pensó que había hecho algo bien, porque Rose y Annie eran hermanas y había visto que Hazel y Astrid llegaban juntas después de su paseo..., aunque lo cierto era que se trataba de una combinación demasiado extraña, incluso explosiva.

Rose no habló demasiado con ellas, de todas formas. Les dejaron la tarde libre para vaciar las maletas, hacer las camas y «seguir explorando el lugar»; y fue entonces cuando Hazel entendió que el instituto no había organizado el viaje en absoluto. Probablemente, no fuera más que una excusa que se habían inventado Morgan y Harrison para huir de la nieve de Starkville.

La hermana de Annie abandonó la habitación en el momento en el que hizo su cama y guardó su ropa en uno de los armarios. No volvieron a verla hasta que fueron en la terraza de la cafetería del complejo, la puesta de sol recortada por los picos de las montañas de Maroon Bells.

Era una combinación extraña también, ellas tres. Annie tenía los ojos muy abiertos y un ligero rubor en las mejillas mientras hablaba con Astrid, sus dedos sobre la pantalla de su móvil tras preguntarle si conocía a BTS.

—No los va a conocer, Ann.

—En realidad, sí que les conozco —respondió Astrid, una ceja alzada hacia Hazel—. ¿No sacaron álbum hace, como, dos semanas?

Touché.

—Me los enseñó mi amigo Mateo, en Chicago —Astrid le tendió el móvil a Annie de vuelta—. Son muy buenos.

Annie sonrió, sus ojos de cervatillo brillando bajo la luz tenue del atardecer. Era muy fácil ganársela y, en aquel preciso momento, Hazel supo que Astrid ya lo había conseguido.

Estuvieron hablando de esto y de lo otro, de la sensación de sentirse más vivas que nunca ahora que las temperaturas estaban por encima de los diez grados. Sin embargo, hubo un momento en el que Annie se quedó en silencio y Hazel se vio obligada a interrumpir su discusión con Astrid sobre el barullo de los nombres de las deidades en la mitología grecorromana.

—Diana es, prácticamente, la Artemis romana —había dicho Astrid, justo antes de que Hazel reparara en la mirada perdida de su mejor amiga—. Y Artemis es la mejor deidad en la mitología grecorromana, punto.

—Sigo pensando que Atenea era mejor.

Estaba mirando a su hermana.

Hazel siguió su mirada, Rose Wang-Clarke sentada con su novio Brent, en la esquina más alejada de la terraza. Él estaba apoyado con una sonrisa burlona en el rostro, el brazo que siempre colocaba sobre los hombros de la chica colgando de la silla.

La chica estaba muy seria, sus ondas rubias escondiendo gran parte de su rostro. Era imposible escuchar de qué estaban hablando, pero no dejaba de negar con la cabeza y de pasarse las manos por la mejilla, frotándose el rostro de manera frenética cada vez que una lágrima rebelde se escapaba de sus ojos.

Astrid calló también, la mesa entera atenta a la escena que se desarrollaba frente a sus ojos. Hazel fue la primera en romper el silencio, arrancándose una pielecilla del dedo índice con los dientes justo antes de murmurar:

—Habrán vuelto a cortar, no sé.

Nadie dijo nada más al respecto.

No volvieron a ver a Rose hasta la noche, cuando Hazel ya se había puesto el pijama y observaba cómo Astrid y Annie jugaban al UNO sobre la alfombra, sus brazos rodeando la almohada y la sensación de que podría quedarse dormida en cualquier momento. Cuando llamaron a la puerta, la castaña gruñó y giró sobre sí misma para darle la espalda al mundo.

Todos los días de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora