and also i'm really scared – fox academy
Hacía algún tiempo que no nevaba, pero durante aquellos días lo hizo más que nunca. Hazel pensó que cerrarían el instituto o que cortarían algunas carreteras, pero el ayuntamiento ya lo tenía todo bajo control cuando pasó el fin de semana.
Hazel sacó la chaqueta más gorda del armario y se concentró en el crujir de la nieve bajo sus botas cada vez que caminaba hacia la parada de autobús. Annie siempre llegaba con la nariz enrojecida por el frío y una sonrisa radiante, una bolita de energía cubierta de colores cálidos.
Hizo la presentación sobre el mito de Hades y Perséfone, la explicación del eterno invierno en Starkville a través de la tristeza y desesperación de una deidad griega. Astrid y ella terminaron por dividirse la exposición porque se negaban a quedar y tener que hablar de lo que había pasado, así que todo fue algo caótico.
De todas formas, sacaron la mejor nota de la clase. La señorita O'Connor se acercó a Hazel al terminar la clase, la sombra silenciosa de la noruega desapareciendo entre el gentío cuando sonó la campana.
—Sabía que podía confiar en ti.
Ella quiso decirle a la mujer de los rizos pelirrojos y el mar de pecas inundando su rostro que no solo había sido cosa suya. Que, por mucho que no quisiera admitirlo, Astrid habría sacado la mejor nota de la clase incluso si hubiera hecho el trabajo ella sola. Quiso decirle a la mujer que siempre había tenido razón, que nunca se había equivocado tanto antes con una persona.
Como Astrid ya no le hablaba, Hazel se limitó a mirarla. La miraba cuando se cruzaba con ella en los pasillos, aquellos auriculares azul eléctrico y uno de sus beanies asomando por encima de las cabezas de los demás. La miraba en clase de Mitología, girándose estratégicamente para pedirle un bolígrafo a Diana Brown, su cabeza agachada mientras garabateaba en la esquina de una de sus libretas. La miraba en la cafetería, sobretodo. La miraba mientras reía con Bones y sus amigos, Carlos Ramírez (que siempre reía y nunca callaba) y Joseph Friedmann (que siempre callaba y nunca reía).
Hazel no la entendía. Todo había estado bien entre ellas, pero de repente todo había explotado y no podía dejar de preguntarse si había hecho algo mal. Si había dicho algo fuera de lugar, si la había herido de alguna manera.
Siempre se había esforzado por que todos le vieran como una persona perfecta, pero no quería que Astrid la viera así. Quería que la viera a ella, las grietas en su piel y la manera en la que solía trabarse al hablar, las uñas mordisqueadas y las ojeras bajo sus ojos.
Incluso se había olvidado de aquel libro. Desde aquella última discusión, no había vuelto a mirar el vídeo ni había intentado escribir otro borrador para el artículo de admisión de la Joseph Pulitzer.
Astrid la había juzgado a ella y a su familia sin tener ningún tipo de fundamento, pero no estaba enfadada. Ni siquiera un poquito.
Ella también lo había hecho, de todas formas. Quería sentarse a su lado y decirle que se había equivocado aquel día a principio de curso, cuando le había dicho que haría el trabajo sin ella porque creía que sería la única manera de sacar un sobresaliente. Quería admitirle que era muy inteligente y muy trabajadora, que se lo pasaba muy bien con ella y que, joder. Que quería que hicieran el resto de trabajos de Mitología juntas.
—No, mira. Es así, ¿ves? Si no, este amarillo se queda atrapado entre todos estos rojos, y si intentas cambiarlo de sitio se va todo a la mierda.
Y encima, tenía que aguantarle a él. Porque Annie ya no se separaba de Theo y, aunque a Hazel no le habría importado demasiado sentarse sola, no quedaban mesas libres en la cafetería.
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Todos los días de invierno
Roman pour AdolescentsLa vida de Hazel Green siempre se ha guiado por la misma constante: tiene que ser la mejor en todo. Hasta su último año de secundaria, ha estado cumpliendo con el manto de expectativas que su madre ha puesto sobre ella. «Ve a clase. Sé la mejor de t...