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TALK ME DOWN – troye sivan

Hazel llegó a casa, la llave girando entre sus dedos antes de empujar la puerta de entrada. Sentía una especie de cansancio que no había sentido antes, sus extremidades empujándola hasta el suelo, una ligera sensación de mareo que cubría las esquinas de su visión con un montón de puntitos negros.

Su madre le estaba esperando en el recibidor, sentada sobre los escalones de la entrada como la última vez. Le dedicó una mirada feroz, una leona preparándose para atacar.

Dio un par de palmadas secas y lentas, un aplauso que podría haberse convertido en una marcha fúnebre.

—Esta vez sí que me has sorprendido.

La castaña sintió el peso del mundo sobre los hombros, como si alguien hubiera llenado su mochila con las piedras de las ruinas de todas las cosas que había destrozado.

—Ahora no, por favor —se escuchó a sí misma decir, la lengua pastosa contra el paladar—. Estoy muy cansada.

Se dio cuenta entonces, era la primera vez que decía algo así delante de su madre. «Estoy muy cansada» sonaba más bien como un crimen imperdonable, la excusa más ruin que Claire Green se habría podido imaginar.

Se dispuso a subir las escaleras, su cuerpo pidiéndole a gritos que abandonara el mundo en el que le había tocado existir y desapareciera entre las sábanas.

Solo una noche. Solo una noche y todo volvería a la normalidad, la posibilidad de despertarse de la cadena de pesadillas en la que había empezado a ahogarse.

Sin embargo, un sonido —seco y fugaz, casi como un parpadeo— hizo que se aturara de golpe. Miró a su madre con los ojos abiertos, una mano temblorosa suspendida en el aire y la respiración agitada.

Después, llegó el dolor.

Hazel se llevó la mano a la mejilla, los latidos de su corazón golpeándole con incredulidad. Después de frotarse el rostro, se abrazó a sí misma, una lágrima rebelde aterrizando sobre la manga de su abrigo.

Su madre podría ser muchas cosas, pero nunca le había levantado la mano. Nunca.

—Ni se te ocurra irte ahora —dijo la mujer, labios temblorosos y ojos inyectados en sangre—. Van a expulsarte del instituto. Es lo que querías, ¿verdad?

Hazel apretó la mandíbula, un hormigueo doloroso recorriéndole la mitad del rostro.

—Tenía que hacerlo.

Su voz se rompió al hablar. Pensaba que tenía que hacerlo, pero ya no estaba tan segura.

—Tenías que hacer qué, ¿eh? ¿Meter en problemas al hijo de la familia más influyente de todo Starkville? ¿Tirar a la basura todos los últimos años, arruinar tu expediente académico por un simple capricho? —la castaña lo advirtió entonces, dos surcos de maquillaje recorriendo sus mejillas como dos riachuelos de color negro—. Estoy harta de ti y de tus tonterías y de tu estúpido periódico. Que se te meta en la cabeza de una vez: no vas a ser periodista y no irás a esa estúpida escuela de Missouri.

La chica ni siquiera tenía la energía para formular la pregunta entera.

—¿Cómo...?

—Tienes la habitación llena —su madre le mostró la mano, un montón de recortes de periódico hechos añicos dentro de su puño—. Tienes un montón de pájaros en la cabeza, ¿es que no te das cuenta?

Hazel no contestó. Se quedó mirando la alfombra de la entrada, tan sucia y pisoteada como se sentía ella en aquellos momentos. Se aferró a la sensación que sentía cada vez que hablaba con su madre, como si estuviera flotando fuera de su cuerpo.

Todos los días de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora