19.

455 63 13
                                    

fallingforyou – the 1975

—Vuelve a llamarme avellanita y te juro que te las verás con mi puño.

Cuando Hazel entró de nuevo en la cabaña; Rose, Amelia y Ruby ya no estaban allí. Encontró a Annie sentada sobre la alfombra, un cubo de Rubik entre las manos y una cabellera pelirroja asomando bajo una capucha. «No, él no», se dijo a sí misma. «Cualquier persona menos él».

—Tan simpática como Astrid —respondió Jordan, mientras mostraba aquella sonrisa de incisivo partido—. Me gusta esta chica.

Arrastraba las palabras al hablar y se tambaleó un poco cuando se dirigió a la puerta, haciendo que Carlos Ramírez —el chico mexicano de las orejas de soplillo y las gorras planas— y Joseph Friedmann —aquel chaval con la cabeza casi rapada del que todo el mundo hablaba por ser la estrella del equipo de baloncesto pese a su metro sesenta— aparecieran tras el marco.

—Pero, ¿vais a entrar o qué?

—Joder, tío —respondió Joseph, los nudillos hinchados y enrojecidos cuando apoyó la mano sobre el picaporte—. Hemos traído al pelirrojo hasta aquí, ahora nos piramos. Sabes que la fiesta está en la cabaña de Brent Scott, venga.

Jordan hizo una mueca mientras se sentaba en la alfombra frente a Annie, tendiéndole una de las botellas de alcohol que había traído. Ella se la quedó mirando con cara de no saber muy bien qué hacer.

—Brent Scott es un mierdas —dijo.

—Amén —respondió Joseph, aún sin moverse del umbral de la puerta—. Pero siempre monta las mejores fiestas del curso, así que ya puedes ir moviendo el culo.

—No voy a mover el culo hacia ninguna parte. Estamos aquí un rato y después nos vamos con míster Egocentrismo, ¿vale?

Al final, no fue solo un rato.

Al final, con dos botellas no fue suficiente.

Al final, el alcohol dejó de quemar la garganta de Hazel cada vez que bajaba por su esófago.

Al final, la noche le brindó la suficiente información sobre las personas que la rodeaban que podría haber tenido para un año de artículos semanales si hubiera querido.

Al final, dejó de importarle que Theo estuviera ahí —no era más que un fantasma, de todas formas, una sombra silenciosa en la esquina de la habitación, una mirada congelada en uno de los rostros más pálidos de todo Starkville— y que Annie hubiera dejado de prestarle atención desde que había aparecido.

Al final, quedaron solo Astrid y ella. No estaba demasiado segura de cómo habían llegado hasta allí, sus piernas sobre las de la noruega y sus pensamientos difuminándose en una neblina tan confusa como agradable.

Habían reído. Mucho. Habían reído cuando los demás seguían en la cabaña y las luces estaban encendidas. Cada vez que lo hacían, Hazel sentía la extraña sensación de que sus carcajadas seguían el mismo compás.

Habían jugado a los mismos juegos de beber de siempre, un «verdad o atrevimiento» acompañado de un montón de preguntas no tan comprometidas. Aquella noche, Hazel aprendió que:

- Jordan pensaba que la persona más atractiva de la habitación era Carlos.

- A Joseph le gustaban única y exclusivamente las chicas que eran más altas que él (lo cual, a ser sinceros, tampoco era tan difícil).

- Carlos estaba coladísimo por Amelia Flores (Astrid levantó tanto las cejas cuando lo dijo que podrían haber tocado el techo).

- Astrid pasó tres años enamorada de su mejor amiga en Chicago y nunca se lo dijo.

Todos los días de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora