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JUNIO

vienna – billy joel

La vida continuó...

Para todos.

La gente no tardó mucho en olvidarse de todo aquello del invierno eterno, los hombros enrojecidos por el sol y los dedos pegajosos después de comer helado.

Había un grupo de adolescentes, sin embargo, que nunca olvidaría los meses en los que Starkville estuvo cubierto de un manto de nieve.

Hazel se lo dijo a Astrid una noche, sus dedos entrelazados sobre las sábanas blancas mientras hablaban del mundo y del Universo, del futuro y de la Universidad, con mayúsculas. De la vida adulta y de la adolescencia, del miedo a crecer y del síndrome de Peter Pan.

Eran las 23:56 hrs. Podían escuchar el sonido del ventilador del portátil de la castaña sobre el colchón, la radio en noruego del señor Johansen atravesando las paredes.

—Es una tontería, pero no quiero que acabe —Hazel y Astrid hablaban en susurros cuando se acercaba la medianoche, los dedos de la noruega recorriendo la mandíbula de la castaña—. El instituto, digo. Siento que..., bueno. Que aún me quedan muchas cosas por vivir. Muchas cosas por sentir. Que se me acaba el tiempo, que no he vivido lo suficiente. Que todo lo que sé sobre la adolescencia es gracias a las películas.

Había estado tan ocupada intentando convertirse —en todo lo que su madre quería que fuera, en aquella versión idealizada de ella misma que jamás llegaría a alcanzar— que se había olvidado de ser. Solo tenía diecisiete años, pero podía sentir como su juventud se resbalaba como arenilla entre sus dedos.

Escuchó un suspiro abandonando los labios de Astrid, su rostro iluminado solo por el brillo de la pantalla del ordenador.

Quiso besarla otra vez. Y otra, quizás. Y otra más.

—Todas esas cosas puedes vivirlas y sentirlas cuando llegue el momento —respondió—. La vida no acaba cuando termina el instituto, ¿sabes? La mayoría de veces, no hace más que empezar.

Hazel se llevó el dedo a la boca, pero la noruega le cogió la mano antes de que pudiera morderse las uñas.

Eran las 23:59 hrs.

Sintió los dedos de Astrid, largos y gélidos, acariciando el dorso de su mano. Se quedó mirando la pantalla, los ojos clavados en la página web de la Joseph Pulitzer Journalism School.

Estaba allí, la oportunidad que cambiaría su vida para siempre. La opción de adjuntar un documento, un simple artículo que podría abrirle las puertas a la mejor escuela de Periodismo del país. Sus dedos temblaron sobre el teclado, los latidos de su corazón golpeándole el cuello.

Vio cómo el reloj de la parte inferior derecha de su portátil cambiaba la hora, todos los números convirtiéndose en ceros en una fracción de segundo. El dos, el tres. El cinco, el nueve. Cuatro ceros cerrándole las puertas que tanto se había esforzado por abrir durante los últimos meses, la posibilidad de adjuntar un documento desapareciendo cuando refrescaron la página.

Su sueño desvaneciéndose frente a sus ojos como el vaho que había abandonado sus labios durante las noches más frías de invierno.

Hazel tragó saliva, las lágrimas nublándole la vista.

Ahí estaba. Ahí había estado durante tanto tiempo, pero ya no.

No había adjuntado ningún artículo.

Había descubierto algo muy importante, sí.

Pero aquella no era su historia. Era la de su amiga de la infancia, un millón de tiritas de colores cubriendo las heridas de un corazón roto.

Volvería a brillar.

La primavera volvería a crecer bajo sus pies.

Pero no era su historia para contar.

Su historia era aquella, la chica nueva que había puesto su vida patas arriba besándole la mejilla. Un sueño despedazándose entre sus manos, un futuro incierto lleno de un millón de posibilidades.

—¿Quieres que juguemos al Mario Kart?

La castaña sonrió, secándose una lágrima con el dedo mientras bajaba la tapa de su portátil.

—Es muy tarde —respondió—. Tu abuelo nos matará.

—Ya nos preocuparemos de eso después.

Hazel negó con la cabeza con una sonrisa, recuerdos de hacía apenas unos días flotando como burbujas a su alrededor.

Adelantar o morir.

Su madre se lo había enseñado así.

Solía pensar que la vida no era más que una carrera que debía ganar.

Pero ya no.

Ya no...



NOTA AUTORA:

No os imagináis el amor y cariño que le tengo a esta historia. Espero que os estén haciendo sentir las mismas cosas. Espero que las historias de Hazel, Astrid, Rose y los demás os estén ayudando de alguna manera. 

Nos leemos <3.

Todos los días de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora