Pesadillas

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Espero que les guste~

Macaque no tiene idea de la historia de MK, no sabe lo que sucedió ni antes ni después de quedar en la calle no sabe que tipos de problemas enfrentó y tampoco sabe que miedos generó toda la mala situación pero teniendo en cuenta las cicatrices que había visto en la espalda del niño, cicatrices viejas y por las que esta decidido a no preguntar, supone que no fue nada lindo lo que le sucedió.

Así que las pesadillas era algo que se esperaba pero de igual manera, ser despertado por el sollozo silencioso de su hijo, no era lo mejor del mundo. Se levantó y bostezo mientras caminaba para salir de su cuarto, empujando la puerta entreabierta de la habitación del menor y empujándola para terminar de abrirla. Ahí estaba el niño, sentado en la cama, cubriendo su boca con una de sus manos para que no se escuchara su llanto y abrazando a Momo con su brazo libre.

-Kid...- llamó, mostrando una triste sonrisa cuando el menor levantó la vista y lo miró con sus irritados ojos llorosos. -...¿Quieres un abrazo?- ofreció y MK no dudo en asentir, estirando sus brazos hacia el mayor, con nuevas lágrimas corriendo por sus mejillas, sin soltar a Momo. Macaque se acercó, inclinándose para abrazar a su hijo, alzándolo sin mucha dificultad y susurrando suaves palabras de consuelo, acariciando la espalda ajena y sintiendo como el menor ocultaba su rostro contra su hombro, sus manos aferrándose a su pelaje pero sin tironear. Se lo llevó a su propio cuarto y se recortó nuevamente, su hijo durmiéndose en algún momento y acurrucado en su hombro, Momo aún bajo su brazo. MK se despertó un poco más tarde de lo normal a la mañana siguiente, luciendo algo cansado y siendo algo pegajoso, siguiendo al mayor para todos lados.

-¿Eres mi pequeña sombra ahora?- no pudo evitar preguntar con algo de diversión, sin molestarse por ser seguido a todos lados. El menor pareció pensarlo, mostrando una gran sonrisa y asintiendo rápidamente, ya estirando su mano para agarrar la cola de pelaje negro que se movía constantemente. Macaque solo pudo sonreír, aliviado, su pequeño se veía mucho más animado.

Las pesadillas no eran inesperadas y por suerte, no eran seguidas. Pasaron unas semanas antes de que Macaque volviera a escuchar su sollozo mucho después de media noche. Se levantó y fue al cuarto de su hijo, sorprendido de no verlo en la cama. Podía escucharlo, así que no había salido y había un solo escondite en ese lugar. Se arrodilló al lado de la cama y se inclino, aliviado de ver a su hijo allí, justo bajo la cama y con la espalda apoyada a la pared.

-¿Quieres salir de allí, mi pequeña sombra?- su hijo parpadeo y negó suavemente con la cabeza, acurrucándose en su lugar. -Muy bien...- se enderezó y dejó escapar un largo suspiro, transformándose después de pensarlo un poco. Era un gato ahora, uno que pudo deslizarse fácilmente por debajo de la cama y yendo hacia el niño, quien lo abrazo con fuerza y hundió su rostro en su pelaje. Macaque ronroneo lo más fuerte posible, esperando que el menor pudiera encontrar algún tipo de consuelo. Tardó casi una hora antes de que MK decidiera salir de la cama, suplicando por abrazos apenas el mono volvió a la normalidad, quien no dudo en alzarlo y darle todo el cariño posible.

Una noche, lo que lo despertó no fueron sollozos, fue un llanto que sonaba casi desesperado. Se levantó rápidamente, casi tropezando en su apuro, casi corriendo a la habitación ajena y yendo directamente hacia su hijo, quien ya estaba estirando sus brazos hacia él. Lo alzó y lo abrazo, frotando suavemente su espalda y dándole ligeras palmadas al escucharlo toser.

-¡P-Papá!- se detuvo en seco, tieso ante eso. Era la voz de su hijo, rota y rasposa por la falta de uso, que sollozaba en su hombro y tiraba de su pelaje, como si no quisiera que lo alejara. -¡P-Papá!- MK repitió, exigiendo la atención ajena y el mayor reaccionó.

-Ya, ya, pequeña sombra...- susurro, volviendo a su tarea de consolar a su hijo, aunque la voz y aquella palabra aún resonaban en su cabeza. -...todo estará bien, estoy justo aquí- y fue directo a su habitación, recostándose, acurrucándose alrededor de su sollozante hijo. En algún momento, el menor se durmió pero Macaque se quedó despierto, aún asombrado por lo que había escuchado y sintiéndose cálido por dentro.

A la mañana siguiente, MK estaba mucho más pegajoso de lo usual, pidiendo abrazos y estirando los brazos para ser alzado, con el mayor obedeciendo sin mucho problema y sintiendo su cariño crecer con cada segundo que pasaba. El chico volvió a estar en silencio pero su voz aún resonaba en la cabeza del mono, quien estaba dispuesto a esperar a que el menor quisiera hablar nuevamente.

Papa MacaqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora