CAPÍTULO 48 - EL AMOR HUELE A MENTA (2ª PARTE)

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Era por la mañana y según sabía, la familia Madrigal salía a esta hora hacia sus trabajos. Él controlaba los horarios de todos, ese tiempo que vivió allí sirvió para mucho mas que robar comida. También había indagado en cada miembro de la familia y podría poner la mano en el fuego porque él sabía incluso lo que iban a hacer antes de hacerlo. Al igual que sabía que esa mañana, Bruno iba a salir a patrullar por el pueblo con intención de buscarle y por supuesto, Arturo lo acompañaría.

Lucas se encontraba aun enterrado en material del teatro sin hacer el menor ruido, no quería alertar a la chismosa mayor, cuando ella lo oyese sería tarde. Y en cuanto oyó las campanas de la iglesia y aprovechando ese sonido salió de su escondite y solo tuvo que esperar al lado de una de las ventanas a ver a Bruno y Arturo pasar de largo. Era el momento.

Lucas se echó la mano a su bolsillo, de ahí, sacó dos cosas, un caramelo de color amarillo, y un pequeño botecito con un liquido rojo. Lucas agradeció mentalmente a su Arturito por esa noche ir al dormitorio de Camilo y con suavidad extraerle algo de sangre con una pequeña aguja de coser, le pincharía en el cuello para que pensase que es un mosquito.

En completo silencio abrió el frasco y lo vertió en el caramelo, haciendo que este tomase un color anaranjado, y sin mas dilación se lo comió. A primera instancia no notó nada raro, ni hormigueo ni cosquillas ni dolor.

—¿Habrá fallado? —pensó el joven mirándose las manos y fue a maldecir cuando su cuerpo, su piel empezó a ondear y derretirse, un terror le absorbió e hizo todo lo que pudo para no gritar hasta que su cuerpo se estabilizó. Respirando con dificultad se miró las manos, y no vio nada diferente, pero fue pensar en Camilo y sus manos blancas empezaron a convertirse en unas manos finas, alargadas de piel canela. Sor pendido se empezó a tocar la cara y el cuerpo, había funcionado, había copiado le Don de Camilo.

Aguantando su risa volvió a mirarse las manos, ahora pensó en Bruno y en ese instante sus manos volvieron a cambiar, esta vez su locura fue a mas y para evitar reírse se tiró al suelo y empezó a rodar sobre si mismo, como si de un niño pequeño se tratase.

Tras un rato así, se levantó, se limpió le polvo y salió del teatro dirección a la casa Madrigal.

Todo iba según lo establecido, nadie lo reconocía y se aseguro de no pasar por la plaza, así evitaría que los demás lo viesen, caminó y caminó hasta que llegó al sendero, allí pudo ver en el piso de arriba asomada a un balcón a la chismosa mayor, que tenía cargado a su pequeño bastardo. Ella sería la primera.

Se acercó y levantó la mano para saludar y como si la vida fuese fácil, la mujer le devolvió el saludo, Lucas estaba a punto de gritar de la felicidad de que todo saliese tan bien, era perfecto. Al entrar en la casa, notó cierta resistencia, sabía de la magia que envolvía esa casa y como parecía tener vida propia, y esa casa sabía quien era él. Pero, al fin y al cabo, era una casa, ¿Qué iba a hacerle?, exacto, NADA.

Casita lanzó carias baldosas del suelo dirección a Lucas/Bruno, pero lo pudo esquivar con cierta facilidad, corrió hacia el cuadro del abuelo Pedro y lo agarró con dos dedos. Puso cara divertida y miró a toda la casa haciéndola entender que si se atrevía a hacer algo rompería ese cuadro. Casita automáticamente se detuvo, y Lucas soltó el cuadro en el mismo sitio donde lo agarró.

Subió las escaleras y se acercó por la espalda a Dolores.

—¿Qué ha pasado ahí abajo?, he oído ruidos.

—No es nada sobrina, que me he tropezado —dijo fingiendo vergüenza.

—Tenga mas cuidado tío, ¿Dónde esta Arturo?, es raro lo sigo oyendo lejos y... a usted también.

El Camaleón que no Podía Cambiar de Color (Camilo x Bruno) (Brumilo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora