Parte 41

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Narra Amira:

La mañana anunciaba su llegada con los potentes rayos ultravioletas, listos para poner a fritar un huevo gracias a los sueños, seguramente puercos, de la muchacha del clima. Pocas veces se podía presenciar tan lindo día en el Encanto.

Pero era obvio que hoy sería un asombroso día, y no meteorologicamente hablando. Después de todo, era el cumpleaños de los trillizos Madrigal.

Los angeles del pueblo.

Claro, sin contar que uno es más visto como un demonio, la otra es el mismo diablo y siempre queda la dulce Julieta siendo la viva imagen de la bondad.

Al menos, hasta que el calor la arrastra a pecar.

Ósea yo.

Aquel día era sumamente importante para cada persona que viviese en el Encanto. Para los pueblerinos era la jornada de agradecimiento para sus siempre leales portadores de dones que bendician a todos; menos a los propios que tenían que cargar con estos. Para la madre de los trillizos, un día tanto como desgarrador, también era milagroso, siendo un año másdd vida para sus preciados hijos, un año más de prosperidad para su amado pueblo y... un año más desde la partida de su esposo. En la situación de Agustín, Gabriela y la mía, sin contar tanto a Félix Valencia, la jornada en la que se le agradecía al cielo y al infierno por haber traído tan preciosas obras de arte.

Por toda la casa, desde altas horas de la mañana, mi hermano mayor se mordía las uñas preocupado de echar a perder la fiesta que cada año se les hacía, exclusivamente, se le había pedido a Agustín que tocase el piano, ya que era el novio oficial de la mayor de los tres. Yo tenía como tarea dada por parte de mis padres, cuidarle el trasero a mi semejante para que no fracasará.

Obvio no lo haría.

Tenía mejores cosas que hacer esa tarde.

Como por ejemplo, robarle la novia a mi queridisímo Gus.

— ¿Sabes donde esta mi chaleco? No lo encuentro ni el armario, ni en mis cajones, ni en la lavadora, ni el tendedero. - Levanté ligeramente la mirada de las letras bailarinas en mi libro para ver a mi contrario, se notaba estresado.

Pobre ingenuo.

— Ya te dije. No. Lo. Sé. - Agustín paso su mano por su voluminoso cabello, el cual también heredé por parte de nuestra madre. - ¡Ah! Espera, creo que esta en la parte mía del armario.

— Ya busqué ahí... - En eso, un rayo de ingenio pareció haberlo golpeado con una fuerza brutal. - ¡Pero no en tus cajones!

A mi, en su lugar, me pegó un bomba de miedo. No porque enserió tenía su chaleco en mis cajones, ni por las otras camisas que le tomé prestadas, ni por el cinturón que le quité a mi padre para que no me pegara con ese ya que era el más doloroso, sino, porque ahí había una blusa de Julieta que tomen prestada la última vez que fui a su casa a... A dormir, por supuesto, bola de cochinos.

— ¡No, no, no! Sabes que... Creo que si esta bajo tu cama. - Tiré el libro que llevaba más de 2 años leyendo, pero era demasiado floja para acabar, y justo antes de que mi hermano pusiese una mano en las cajoneras de mi lado de la habitación, me pare enfrente suyo, sonriendo nerviosamente, tratando de convencerlo con mi mirada. - S-se me cayó cuando acomodaba la ropa y-y ¿olvidé recogerlo?

— ¿Estás segura? - Gus se alejó con el ceño fruncido, lógicamente no me creía mas el estrés lo hizo ir a asegurarse.

En un movimiento rápido, saqué el chaleco azul marino y lo lancé a su cama, mientras el aún observaba bajo esta.

- Que Sea Nuestro Secreto - (Julieta Madrigal x Oc) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora