Capítulo 1. Una familia peligrosa.

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Luisita Gómez, treinta años y la vida que cualquier persona a esa edad desearía. Tenía dinero, mucho dinero y era el rostro más reconocido en su trabajo.

Más popular.

Más aclamado.

El mejor sueldo.

La consentida de su jefe.

La envidia de sus compañeros que siempre hacían lo mismo y el orgullo de aquellos que de a poco se alejaban del negocio.

Luisita sabía cómo manejar los horarios a su antojo, respetar su trabajo y sobre todo hacer valer sus honorarios, y no necesitaba secretaria ni asistente para que se lo recordara porque no la tenía y no iba a hacerlo. Recordaba cada reunión, cada nueva asignación de trabajo y cada línea que nunca podía dejar de repetir.

Ella lo lograba todo con su astucia adquirida al pasar los años y nunca perdía nada por la misma experiencia. Pero si en algún momento alguna cuerda tambaleaba, su sonrisa y su discurso de nunca acabar le regalaban ventaja y no solo volvía al ruedo, sino que lo ganaba.

Luisita Gómez era aquella chica de melena rubia y ojos marrones que nadie podía resistir a mirar. Su pulso no temblaba antes de firmar un nuevo contrato y su voz no dejaba lugar a dudas. Si el producto final lo valía, su firma en un simple papel lo valía aún más.

Luisita tiene un departamento que deja cada mañana antes de las 7:00 y un Cadillac negro que aborda a las 7:01. Mientras conduce, Luisita se estira hasta el espejo retrovisor, repasa el labial rosa que usa desde los últimos doce años y se sonríe a si misma antes de llegar al semáforo donde Kevin la espera. Aquel joven de once años que limpia su parabrisas y ella le da cinco billetes para retomar su camino.

Ella se felicita mentalmente y enciende a las 7:15 su teléfono móvil. Conecta el manos libres a su oreja y escucha la voz de James como cada mañana a esa hora.

Buenos días, preciosa.

Ella sonríe. James tiene cincuenta y ocho años y es más que su jefe, su padre. Marcelino jamás ocupó bien ese lugar y James lo desplazó con el cariño que ella siempre necesitó. Lo adora y él a ella. Y tal vez por eso realiza tan bien su trabajo.

—Ey, James. Voy en camino ¿llevo donas?

No te molestes. Mi mujer horneó cupcakes y ya pedí café.

—Genial ¿alguna noticia? —preguntó Luisita bajando apenas la ventanilla.

Tienes un nuevo trabajo. Este te gustará, estoy seguro.

—Vaya, ni una semana me dejas descansar —bromeó ella escuchando la risa de James opacar la suya —¿Y de que se trata?

Te lo comentaré apenas llegues.

—¿Ni un adelanto? —chantajeó Luisita doblando y descendiendo la velocidad.

Ya estás aquí —aseguró él y Luisita sonrió porque nunca entendía si él lo sabía porque la veía desde la ventana de su oficina, o porque no era muy silenciosa al apagar el motor. Tomó una carpeta y un maletín del asiento acompañante y abandonó el coche —Apresúrate o el café se enfriará —cortó James finalmente la llamada y ella subió las escaleras de la entrada con velocidad.

El edificio era enorme, uno de los más grandes de la ciudad posiblemente y a Luisita le encantaba atravesar aquellas dos puertas corredizas solo para que los demás empleados giraran a verla. Alzaba su mentón, se aferraba a su maletín y avanzaba sin mirar a nadie hasta el ascensor. Allí dentro, se permitía acomodar algo su cabello y, los días que portaba traje, ajustaba su corbata solo para hacer notar su presencia a quien la acompañara.

Reglas de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora