Capítulo 47. Ella.

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Esa no era la manera en que se imaginaba que ese momento llegaría.

Esa no era la forma que creía iba a ver por primera vez a su hija, a la niña que pasó veintinueve semanas dentro de Amelia.

Tocar el vidrio, el cristal que la separaba de ella a unos metros, se supone que iba a hacerla sentir especial. Iba a quitar su mayor sonrisa de felicidad, su llanto más emotivo y sus nervios próximos a tomarla entre sus brazos.

Imaginarla los primeros minutos en ese mundo, el que ella vivía a diario, era muy distinto a lo que estaba sucediendo.



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Había cargado a Amelia como en su casa y casi corrido con ella hasta sus hijos, que hablaban desesperadamente a la recepcionista que ocupaba la mesa de entrada. Podía oírlos gritar, señalarles que su madre estaba por dar a luz.

La mujer llegó a ellas con una silla de ruedas y la separación con Amelia fue costosa. El agarre a su cuello dejó una marca porque la morena no quería soltarla, dejarla y continuar a lo largo de un pasillo, guiada por una enfermera.

Corrió tras ellas, con sus hijos siguiéndola y llegaron a la sala de parto. Un médico estaba saliendo cuando pasaron a su lado y regresó al interior, siguiéndolas.

—Mi esposa rompió fuente —murmuró observando la velocidad con que todo pasaba a su alrededor, sin embargo parecía que nadie la oía.

Dos enfermeras más ingresaron y ayudaron a Amelia a recostarse sobre una camilla ya acomodada para comenzar el labor de parto.

—Necesito que los niños estén afuera. Y usted también —intentó sacarlos el médico pero ella le dio un manotazo cuando la señaló.

—Es mi esposa y es mi hija la que va a nacer. Voy a quedarme.

—Bien, pero los niños no pueden. Sin excepciones.

Ambos pasaron a su lado, llegando con velocidad a la morena y abrazándola con fuerzas. Le susurraron algo, acariciaron su frente y le dejaron un beso en cada mejilla. Pero el dolor que Amelia sentía, apenas le dejó distinguir qué pasaba.

Con Luke y Chloe fuera del cuarto, el médico se colocó unos guantes de látex mientras las enfermeras terminaban de quitarle la ropa y ponerle una simple bata que cerraron tras su cuello. Él se sentó frente a las piernas levantadas de la morena y Luisita lo vió examinarla, balbucear cosas por lo bajo antes de girar y verla.

—¿Cuánto lleva de embarazo?

El médico que siempre las atendía no estaba ahora, asi que tendría que recordar cada cosa que él les decía durante las consultas y soltarlas, como información necesaria.

—Un poco más de siete meses. Siete meses y una semana.

Todo se silenció un momento y nadie más se movió. Tragó saliva con miedo, cuando las tres enfermeras clavaron su vista en ella y el hombre miraba a Amelia. Lo único que sabía de embarazos era lo que estaba pasando, que el posible nacimiento adelantado de su hija no sería igual que el completo.

—Bien —murmuró el médico regresando su vista a la entrepierna de Amelia que solo mantenía sus ojos apretados en dirección al techo. Pasaron unos segundos, en que otra enfermera se acercó al hombre y se dijeron algo por lo bajo —Efectivamente, rompió fuente hace unos minutos.

Luisita se pasó una mano por el cabello, aplastándolo con nervios hacia atrás y apretándolo con la ayuda de la otra. Todo estaba transcurriendo en minutos que no completaban una miserable hora. Los que tardó en reaccionar hasta cargar a Amelia por primera vez, los que había pasado su esposa sola en el cuarto, bajo ese charco que delataba el nacimiento de su hija y los que pasarían ahora, cuando el parto comenzara.

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