Capítulo 18. Fuego.

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¿Eso era un sí? ¿Un no? ¿O un tal vez? ¿O una señal de que se callara y no volviera a repetir la pregunta?

Luisita asintió solo dos veces con su cabeza, de manera lenta y luego la apretó contra ella, negando con rapidez sobre su hombro.

Amelia se separó hasta enfrentarla y la llamó por lo bajo, sonriendo al sentir un leve temblor en las manos de Luisita. Y es que Luisita podía ser autoritaria, gritaba a temprana hora del día y ordenaba sin esperar refutaciones; pero era dulce y preocupada aún en la misma o más cantidad.

Era Luisita quien llevaba el control del asma de Luke y compraba los inhaladores necesarios cuando lo creía conveniente.

Era Luisita quien despertaba por la mañana y preparaba su café para cuando ella ocupaba la cocina.

Y era Luisita también la que calmaba a Chloe cuando algo le generaba miedo. Como las tormentas, las arañas que solían estar en el baño o cuando Charlie se atoraba con su comida. Era divertido ver a la rubia con su gesto de asco al abrir la boca de Charlie y colar un dedo para que quitar los restos grandes de carne o algo que los niños le daban y no podía aún comer.

Luisita era la contraposición insuperable de sí misma y a ella le fascinaba; le parecía realmente único disfrutar de esa virtud. Y aunque incluso leyó su historial tiempo atrás, la Luisita fría y calculadora que no dejaba de resaltarse en cada línea, con ella nunca apareció. Con los niños mucho menos.

Porque sí, podía ser Luisita la que daba ordenes desde un principio y ser la malhumorada, pero llevaba tiempo calmada y trabajando ahora como lo que eran, un equipo.

Amelia repasó su labio inferior contra sus dientes y esperó su respuesta. Sin embargo, esa sí era la Luisita que conocía y que convivía con ella cada noche en la misma cama: la que no decía ni hacía algo de más si no podía controlarlo.

Se aclaró la garganta e insistió, preguntándole de manera distinta para no asustarla.

—¿A ti te pasa algo conmigo? ¿Estás confundida?

Estaba acostumbrada a hablar sin rodeos ni cohibirse sin importar la persona que la estuviese escuchando.
Sabía que a veces eso podía ser un defecto o molestar pero generalmente nunca le habían importado las opiniones ajenas hacia su persona.

—No —respondió Luisita al instante y por un momento algo de aire golpeó su espalda. Sonaba segura pero la había visto tragar con dificultad, incluso la había oído —No lo sé, Amelia —agregó y de repente su corazón golpeó algo dentro de ella —Creo que… creo que aún no puedo llamarlo de ninguna manera porque no me gustan estas cosas.

—¿Qué cosas?

—Esto. El que me pregunten por mis sentimientos y tener que responder. No me gusta eso de estar enamorada o sentirme dependiente de alguien. No creo que mi vida funcione de mejor manera en relación a eso.

—No tendrías por qué sentirte así conmigo. Puedes seguir siendo tú en la independencia que quieras.

—Es que no se trata de ti, Amelia —aseguró Luisita y ella lo notó en su mirada.

Sus ojos marrones se aclararon por el reflejo de la luna y podía leer algo de miedo en ellos. Todo se trataba de Luisita; de no salir lastimada en el proceso.

—Pero nosotras ya cruzamos un límite. Hemos tenido sexo. Tres veces —le recordó sin vergüenza y Luisita esquivó su mirada, suspirando hacia un costado y humedeciendo sus labios —Y no puedo olvidar cómo me trataste luego. Actuaste como una esposa enamorada realmente.

—No soy una esposa enamorada realmente.

—¡Eso ya lo sé!

No, no lo sabía y escuchar eso solo la molestó. Porque sí, tal vez Luisita no estaba enamorada de ella, aún, pero no podía negarse la rubia a si misma los abrazos que le daba antes de dormir. Cuando ella ya estaba dormida y despertaba por causa de ellos.

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