Capítulo 36. Una única cosa.

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—Acelera —le ordenó Chloe colándose entre los asientos y con su mirada fija en ella —¡Una anciana conduce mejor que tú!

—Ya, Chloe. Siéntate en tu lugar —incluso la voz de Amelia salía nerviosa. Quizá tanto como la de ella pero aún no había abierto la boca.

Sintió su mirada de reojo y carraspeó, removiéndose en su asiento algo incómoda.

—Puedes detenerte en algún lado si quieres —le dijo y volteó a verla.

Negó lentamente y movió la palanca de cambios, regresando su vista al frente y tratando de entender a dónde demonios debía ir realmente.

—¿No hay registro civil aquí? —preguntó al ver el tintineo con un punto rojo en el GPS y estaba algo alejado de su ubicación.

Luke se estiró hasta ella y apretó un botón del aparato.

—Pues no. ¿No recuerdas que aquí solo viven parejas ya establecidas? ¿Para qué querrían uno?

Bien, eso solo la ponía más nerviosa. Estaba comenzando a olvidar algunos detalles por esa sensación y su autocontrol comenzaría burlarse de ella. Lo conocía. Dobló a la izquierda, como el GPS del niño lo indicaba y abandonaron Santa Bárbara.

—Solo serán unos... veinte minutos de viaje. La ciudad más cercana está a pocos kilómetros y allí podrán casarse —él regresó a su lugar y nuevamente la mirada de Amelia hacia ella quedó descubierta. Tragó fuertemente y aceleró.

—Si no quieres hacerlo....

—Quiere hacerlo —interrumpió Chloe a Amelia.

La morena le dedicó una mirada de reproche y con un dedo sobre sus labios le indicó que mantuviera silencio.

—Si no quieres hacerlo... —repitió dejando una mano en el muslo de Luisita —...te entiendo ¿está bien, cariño? Podemos mandar a hacer una libreta falsa y todo solucionado.

—Es Benigna Castro —murmuró la rubia —Algo malo va a encontrar. Quizá el nombre del juez no le parezca familiar y lo investigue. Notará que no existe y volveremos como al principio.

—Pero no quiero que hagas esto solo por nuestro trabajo —continuó la morena —Siento que ninguna de las dos lo merece.

Luisita clavó el freno con fuerzas y un leve rebote desestabilizó a todos en su asiento.

—¡Pero qué demonios, Luisita! ¿Qué haces? —protestó Amelia.

—Por supuesto que mereces casarte conmigo —aseguró ladeándose hacia ella —Ambas nos merecemos esta oportunidad. Solo que estoy nerviosa. Me tiemblan las manos y me duele en todos lados de solo pensar que nada va a salir cómo queremos. Siempre he hecho todo a mi manera, Amelia, siempre. Y me he tomado el tiempo necesario para pensar las cosas, hacerlas a paso lento pero seguro. Y de repente esto. ¡Voy a casarme! Estamos yendo a eso, a firmar nuestros nombres para estar juntas y en unos meses nacerá nuestro hijo. Todo lo que pensé que nunca tendría lo tengo. ¡Ahora lo tengo! Y tengo miedo de arruinarlo todo, de que todas estas cosas se vayan tan rápido como llegaron y vuelva a estar sola, ahorrando dinero que nunca podré gastar con nadie.

Su garganta dolía más que cualquiera de esos lados que dijo. Se estaba acumulando algo en ella, como un tortuoso peso que no la dejaba continuar y la asfixiaba, generando las lágrimas en sus ojos para buscar un lugar dónde expulsarlo y respirar.

—Solo.... eso, Amelia. No quiero volver a como era antes. Esta vida contigo me está gustando mucho.

Regla número 23 de su trabajo: el día que finalice el contrato, ese día, a partir de el, regresas a la normalidad y a la rutina de tu vida. Hasta acordar uno nuevo.

Reglas de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora