Capítulo 3. Nuestro objetivo.

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Amelia Ledesma podría hacer un reconteo de su vida y todo se resumiría a sus últimos once años.

Llevaba desde los veinte trabajando para William Saldivar y luego de que su empleo en un restaurante fracasara tras tirar cuatro bandejas llenas seguidas en una noche, y el de ayudante de veterinaria tras una mala inyección transferida y el de paseadora de perros luego de abandonar siete golden retriever atados en un árbol por distracción.

Asi que cuando Nacho le contó que en su edificio comenzarían a buscar jóvenes para un nuevo empleo, no lo dudó y llegó hasta la oficina de Saldivar. Y cuatro días después le dieron el sí.

No entendía al principio por qué debía dejar su casa, su antigua pensión pequeña y mudarse con su mejor amigo a una más grande y con un niño de cinco años. Era su primer trabajo allí y Saldivar le aseguró que no había prueba ni repaso; desde el momento en qué firmó el contrato debía ganar su dinero o quedaría nuevamente en la calle.

Aquel barrio era aburrido, para su gusto, y hacerles desear la familia que ellos fingían ser no fue difícil. Siete meses tardaron en quitarle hasta la última moneda al magnate del lugar Patrick Roth.

Salieron en las noticias, fueron buscados por meses pero nunca cuando un policía se detenía frente a ellos, los apresaba. Simplemente por qué jamás supieron quienes eran realmente aquellos ladrones ni podían hacer un reconocimiento de sus rostros.

Amelia había terminado su primer empleo con un puntaje 8.3, superando al mejor de ese año: Brody, que apenas había llegado a la línea de 8 pero con flaqueo en el camino. Y había estado por debajo de quién se retiraba ese año, la señora Clara, como solo así se la conocía, que lo hacía con 8.6 y pasaba a la historia por ser la más cercana a un nueve.

Desde entonces cada año, el mejor puntaje se llevaba una cantidad considerada de dinero extra que se duplicaba si lo hacían en la menor cantidad de tiempo posible.

Amelia solo necesitaba seis meses y su trabajo ya estaba hecho. Por lo tanto siempre terminaba con algo de más en su billetera o cuenta bancaria.

Ya no temía regresar a su antigua casa porque la había desocupado por algo más grande y en pleno centro de la ciudad. Se trataba de una pequeña casa, con dos habitaciones y un baño. Se conocía a la perfección y sabía que nunca alguien más la ocuparía con ella.

Le gustaba su tiempo a solas, que nadie le diera órdenes o peor aún tener una pareja que la controlara. Suficiente había tenido con un ex novio en el Instituto cuando no la dejaba sola en ningún momento e iba tras ella como su perro faldero.

Ahora disfrutaba esa sensación de libertad y sabía además que su trabajo no le permitiría la compañía de alguien. Asi que se hizo la idea de continuar en esa situación hasta el tiempo que ella deseara.

Nacho llegó una mañana con el almuerzo, cerca del mediodía, y la obligó a que abandonara la cama, alegando que tenía un nuevo trabajo para ella.

—Parece que lo del dinero extra a Will lo desestabilizó —dijo él mientras comían la segunda caja de pizza y abrían otra lata de cerveza —Asi que esta vez se asoció con James. Conoces al tipo ¿cierto?

—Solo de oído. Sé que tiene los empleados más eficientes y audaces. Hubiera sido un mejor jefe que Saldivar.

—Seguro pero no había manera de que entráramos a esa empresa. El tipo selecciona a cada empleado y nunca estuvimos bajo su mira. Como sea… él tiene el control y Saldivar dijo que tú eras la ideal para su plan.

—¿Y de qué se trata? —preguntó ella dejándole un trozo de su pizza a Oreo, el cachorro de su vecina que se lo había dejado días atrás, cuando abandonó la ciudad por temas personales y urgentes y no tenía con quién dejarlo además de ella.

Reglas de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora