Cada movimiento errático se volvió violento, fuerte, brusco pero cegado por el dominio del amor. Cada sonido de su piel, chocando contra la de ella, envolvía, además de su cadera, a la habitación en un cubículo de pasión. Un espacio pequeño rendido para ellas dos.
Sus manos, empuñadas a cada lado de su cintura, y su mirada hacia abajo, observando como en menos de un segundo una parte de ella entraba en su esposa e invadía de placer a ambas, hasta hacerlas explotar.
El cuerpo de la morena bajo ella, con sus uñas estáticas, clavadas en la parte baja de su espalda mientras gemía con su cabeza echada hacia atrás. Su miembro duro, llenando cada parte de su necesitado interior y su cavidad caliente, esperándolo y encerrándose sobre el excitándola más.
Cada vez que abría la boca y jadeaba. Cada vez que la veía y la descubría con sus ojos apretados. Cada vez que su sudor comenzaba a gotear y caer sobre ella, sobre sus pechos que rebotaban. Cada vez que se mordía el labio inferior para no gritar y alertar a los demás. Cada vez que sus orgasmos se juntaban, rindiéndolas a la vez, y cada vez que ella gritaba su nombre mientras el éxtasis la tomaba. Cada vez que eso pasaba, sentía que el control se salía de ella y podía subir a una montaña, a gritar cuánto quería a su esposa.
Cada vez que eso pasaba se sentía distinta, tan distinta que el placer solo la cambiaba apenas, le daba solo el empujón a sentirse así. El estar junto a Amelia, sobre ella o gimiendo en su cuello, el compartir la cama, la habitación y ahora la casa. Eso era lo que terminaba por completar ese cambio que la hacia sentir distinta.
Rendida, agotada como estaba, acomodó sus codos sobre los hombros de la morena y descansó allí, sobre el estrenado colchón, sus brazos. La oía respirar agitada y sonreía satisfecha a causa de ello. La sintió vagar por la línea en medio de su espalda y se arqueó apenas, en consecuencia a lo que Amelia hacía en su cuerpo siempre. Insistente y segura que ese pequeño espacio le pertenecía.
—Como echaba de menos esto, Amelia —le dijo mordisqueando su mentón y moviendo suavemente sus caderas —Es que de verdad podría pasar el resto de mi vida dentro de ti.
Amelia rió, contenida y por lo bajo. Sus caricias comenzaban a ascender y descender con más peligro, sabiendo a dónde quería detenerse pero esperando inútilmente el momento para hacerlo.
—En algún momento necesitarías salir a tomar aire. Estarías muy acalorada todo el día allí dentro.
Fue el turno de Luisita para reír y no se contuvo ni midió el tono. Se removió sobre ella y Amelia acarició sus glúteos antes de apretarlos; empujándola contra ella para reiniciarlo todo.
—Me encanta cuando haces eso —jadeó contra su oreja y la mordió tironeándola, para chupar su caliente y tentador lóbulo.
—Y a mi me encanta cada parte de ti.
Luisita detuvo sus movimientos y alejó lentamente sus rostros, hasta verla otra vez a los ojos y notar el rubor aún cubriendo sus mejillas. Amelia le sonrió con timidez, insegura de cómo lo había recibido pero segura por lo que dijo. Miró su boca, acolchonada y entreabierta. Hinchada y casi roja en toda su esplendor. Sonrió, volviendo a sus ojos y percatándose de que no había alejado su vista de ella.
—Me encanta cuando haces eso. De que me miras y estudias mientras piensas algo internamente. Me encanta cuando me haces el amor como ahora, como siempre, entregándote completa a mi y deteniéndote si te lo pido.
—Nunca me lo has pedido.
—Y nunca lo haría. Me encanta haberte conocido como mi jefa gruñona y mandona que no me caía bien ni yo a ella. Cada paso que dimos después hasta formar este camino y transitar en el, Luisita. Me encanta todo lo que vivimos incluso aquello que nos separó en un momento.
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Reglas de oro
FanfictionLuisita Gómez es una estafadora profesional que quiere dejar el negocio con un último golpe. Para lograrlo, deberá reclutar integrantes que fingirán ser junto a ella una familia feliz. ¿Conseguirá quedar en el recuerdo? (Advertencia: Fic G!P) .Esta...