75.000 dólares. Dos firmas, un cheque que no aceptó y un estrechón de manos. Nada más.
Ni todo ese dinero recibido le pareció razón suficiente para comenzar ese día satisfecha; con un día más en ese trabajo y uno menos para lo que faltaba.
Había perdido casi tres horas con Sebastián Fernández y otra más con William Saldivar. Ninguno le caía bien y había compartido la mañana con ambos. Sebastián porque le parecía carente de inteligencia y Saldivar porque la tuvo rogándole, sesenta minutos, por algo a lo que él solo respondía de manera negativa.
Estaba segura de que los odiaba. Odiaba que Sebastián Fernández fuese tan idiota y se dejara quitar el dinero de manera tan fácil, no le gustaba el trabajo fácil pero odiaba el difícil que tenía con Benigna Castro.
Odiaba a esa mujer porque el tiempo ya comenzaba a jugar en su contra y no había caminado hacia ella más allá de un paso.
Odiaba a William Saldivar. Poco había oído de él entre los pasillos de su edificio y no era la única que se burlaba internamente de sus acciones. Si no fuese por sus rescatadas ideas laborales, sería Sebastián con unos años de más y esos abrigos horrendo que nunca se quitaba.
Pero lo odiaba por sobre todo porque respaldaba las ideas de James: no podía adoptar a Luke y Chloe y no había nada lo que haría cambiar de opinión.
Odiaba en ese momento su trabajo. Odiaba a todos los que no fuesen de su equipo y estaban del otro lado la casa a la que caminaba. Odiaba Santa Bárbara. Odiaba sentirse así, frustrada y odiando a todos y todo a causa de ese sentimiento.
Odiaba todo lo que nunca podía conseguir y lo que quería ahora era continuar manteniendo esa sonrisa ilusionada en los niños, pero James ya se la había borrado y por eso lo odiaba a él también.
Pateó una pelota de goma que estaba en su jardín, hacia la calle, y rodó los ojos cuando golpeó contra la parte trasera de su propio coche. Sacudió la cabeza y regresó su mirada al frente, avanzando con lentitud y cansancio hasta el picaporte.
Luisita abrió la puerta de casa y el aroma a chocolate invadió su nariz con rapidez. Cerró y arrojó el maletín a un costado mientras oía las risas provenientes de la cocina.
—Ey, Luke. ¡Luke! ¿quién soy? —Chloe estaba sobre una silla, de espalda a ella, mientras gesticulaba con sus brazos cubiertos de chocolate que goteaba y caía a borbotones en el suelo.
—¡Eres Olivia!
Luisita los oyó reír y a Luke tomar su abdomen en señal de ella.
Olivia. La recordaba tras aquella charla en una noche de tormenta, donde ambos le aseguraron que se trataba de la mujer que los cuidaba de pequeños. Se preguntó por qué estaban riendo de esa mujer ahora. ¿Harían eso con ella en unos meses? ¿O ya estaban haciéndolo a sus espaldas?
—Chloe, baja de allí y no juegues con el chocolate —la puerta del horno se cerró y una Amelia sacudiendo sus manos en el delantal apareció frente a ella. Sonrió, estaban cocinando algo, tan sincronizados, que ninguno pareció notarla aún.
—Pero esto ya no sirve —le recordó la niña lamiéndose una de sus manos —¡Oh, si! ¡Se la daré a Luisita!
—No puedes hacer eso —reclamó Luke ofendido —Ya lo manoseaste. Luisita no puede comerlo.
—Y no lo hará —aseguró Amelia cerrando el refrigerador luego de buscar una caja de leche —Puede hacerle daño.
—¡Claro que no! Solo exageras porque es tu novia. Eres peor que esos niños que jalan el cabello de la niña que les gusta —reclamó Chloe abandonando la silla y llegando a Amelia, que removía de perfil a ella algo en una fuente.
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Reglas de oro
FanfictionLuisita Gómez es una estafadora profesional que quiere dejar el negocio con un último golpe. Para lograrlo, deberá reclutar integrantes que fingirán ser junto a ella una familia feliz. ¿Conseguirá quedar en el recuerdo? (Advertencia: Fic G!P) .Esta...