Capítulo 33. Sangre en las venas.

2.3K 197 88
                                    

Cuarenta y cinco días de embarazo y no creía que festejar una fecha menos en el calendario debiera hacerse de esa manera. No, definitivamente no estaba eso en sus planes, pensó, cuando vió a Luisita caminar directo a Carmen en sus acostumbradas caminatas.

—Luisita… —intentó detenerla siguiéndole los pasos, pero la rubia avanzaba con violencia y no la escuchaba —Luisita…. ¡Luisita!

Ya era tarde. La vió sujetarla por el cuello de su sudadera y sacudirla, aprovechando la ausencia de José que solía acompañarla o de cualquier otro vecino.

—Esto no va a quedar así —la oyó hablar entre dientes y supo que verdaderamente estaba enojada.

La mirada de la rubia, sus nudillos claros mientras la apretaba y su porte duro al detenerse mientras que Carmen pareció tambalear.

—¿Es que no sabes que mi esposa está embarazada? Si llega a pasarle algo iré a buscarte. Si llega a pasarle algo a alguno de mis hijos te irá peor. ¿Estás oyéndome? —Luisita la alejó de su rostro y la empujó hacia atrás, chocando contra el capó de su coche.

—¡Luisita! —insistió Amelia al ver apoyada a la pelirroja en el coche.

Pero Luisita la ignoró, buscando nuevamente a la culpable del desastre en su casa y volvió a jalarla a su altura.

—¡Luisita! —pretendió Amelia advertirla cuando alguien más se acercó a la escena y mostraba signo de acompañar a Carmen solo que, quizás, se había retrasado, porque Benigna Castro caminaba hacia la rubia con rapidez y su equipo deportivo prolijamente colocado así lo demostraban.

—¿Qué significa esta penosa situación?

Bien, pensó, acababan de mandar al diablo por lo que habían trabajado estos meses. El tono de voz de Benigna fue obvio, demostrando su máximo nivel de liderazgo en el lugar y exigiendo una explicación cuánto antes.

La mujer separó con violencia a Luisita de Carmen y ella de inmediato se acercó a su esposa, tomando sus manos y alejándola unos pasos para no provocar algo más.

—Solo fue un mal entendido —se excusó ella pero Carmen chistó con burla y negando con la cabeza se acercó a Benigna.

—Ningún malentendido —dijo la pelirroja y Luisita gruñó tras ella, Amelia tuvo que agarrarla de su camiseta para que no volviera a saltarle encima —Estaba caminando, bueno tú venias detrás de mí, Benigna y cuando paso por aquí me encuentro con el ataque de la señora Gómez. Sin justificación.

—¡Por supuesto que tiene justificación! —gritó Luisita.

—¿Y según usted qué tipo de justificación tiene que haber para actuar de esa manera? —preguntó Benigna y Amelia entrecerró los ojos; no importaba qué dijeran porque la mujer iba a terminar cegada por las palabras de Carmen —¿Es esta la confianza que estoy depositando en usted? —agregó esta vez con la mirada sobre ella y Amelia negó ligeramente con la cabeza.

En menos de dos horas debía enviar el almuerzo de Leonel a su casa y aún no tenía idea siquiera de qué iba a preparar.

—Les daré una advertencia —continuó señalando a ambas con dos de sus dedos —Una queja más de Carmen hacia ustedes y me veré obligada a quitarles su casa.

—Pago mis impuestos para tenerla —murmuró Luisita.

—¡Impuestos que yo impongo y van a parar a mi bolsillo! Son los últimos vecinos en entrar y cualquiera quisiera su lugar… Están advertidas —repitió con su dedo ésta vez sobre Luisita —Y por hoy, el almuerzo se cancela —agregó hacia Amelia antes de girar y regresar su caminata a la calle.

Reglas de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora