Capítulo 31. Azúcar.

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Supuso que aquellas amenazas no habían servido de nada, pensó Luisita, porque allí estaba ahora, con su maletín y abandonando la oficina de Sebastián Fernández cuando Carmen ingresó por la puerta principal y caminaba de frente a ella.

Se detuvo, cortando su paso y Luisita la observó de arriba abajo, demostrándole que su presencia no le inmutaba. La vió estirarse hasta ella, apenas y con sus manos entrelazadas a las alturas de sus muslos para no llamar la atención de alguien más.

Alejó apenas su cabeza y la escuchó, penetrándole el sonido de su voz con una molestia mayor a la de antes.

—Veo que Amelia y tú ya han hecho más de las suyas. Benigna me comentó que firmaron otro contrato.

Odiaba a Benigna, cuánto la odiaba. Tenía su confianza depositada en Carmen y si descubría que no había relación cordial entre ellas, nunca se ganaría un lugar entre sus reuniones.

Sonrió de medio lado, disfrutando el elogio malintencionado y dio un paso atrás.

—Mi esposa lo hizo. Es una mujer sumamente inteligente.

—No lo dudo. Inteligente y hermosa, una combinación fatal para algunas como nosotras ¿no crees?

Luisita apagó su sonrisa y la fulminó con la mirada. No quería recordar aquel gusto de esa mujer por Amelia y menos aún lo que llevó a distanciarlas días atrás. Asi que alejó aquellas palabras de su cabeza y volvió a sonreírle como si nada la hubiese inmutado.

—Y a ti te falta un poco de ambas… Por lo que veo ¿te quedarás?

—Por favor —se burló Carmen —¿Creíste que ir a empujarme a mi casa y amenazarme iba a hacer que dejara Santa Bárbara? Aún no cumplí mi objetivo.

—Lo cual si Benigna lo descubriera no tendrías opción de hacerlo.

La mujer lanzó un resoplido, irónico y ella entrecerró los ojos. No entendía la diversión en lo dicho.

—Tú tienes pruebas en mi contra… y yo tengo en contra de ustedes. ¿O piensas que tiré aquella cámara y la conexión? Aún tiene señal directo a tu casa. Interferida e inexistente, pero señal al fin y al cabo y es la mayor prueba que podría guardar.

Bien, tenía que admitir que no se esperaba aquello y la soltura con que Carmen la amenazó sutilmente tampoco. Sin embargo obvió algún gesto que la delatara y solo asintió ligeramente.

Avanzó con seguridad, alzando su mentón y sus hombros se rozaron al pasar una junto a la otra. Los hubiese golpeado con fuerzas si Benigna Castro no estuviese caminando tras la mujer que odiaba y con dos cafés en manos.

—Buenos días —la saludó con su mejor sonrisa y la mujer le alzó las cejas en respuesta.

Eso era de lo más cercano que Benigna le hablaba cuando solía encontrarla en el lugar.

Las miró por sobre su hombro y lanzó un suspiro de molestia al verlas ingresar a la misma oficina. Carmen tenía ventaja, la tuvo desde el principio y estaba aprovechando mejor que nunca la situación.

Empujó las puertas de entrada y abandonó el edificio, bajando casi a trote las escaleras y subiendo a su coche.

Su único recurso era Luke. Se había hecho muy buen amigo de Leonel y ya era hora de usarlo como la carta comodín que reservó desde que todo aquello comenzó.

Arrojó el maletín al asiento trasero y empezo a conducir directo a casa. Apenas cuatro meses, o menos, mucho menos, quedaba para expirar el contrato. Y menos, aún menos, para el golpe final y para aquel entonces Benigna Castro debía estar en la palma de su mano.

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