Capítulo 42. ¿Ganar o perder?

1.8K 175 33
                                    

Quizá si Amelia la hubiese anticipado, avisado con tiempo de que aquellos personas estarían de visita, su rostro demostraría un poco más de felicidad. Y en realidad diez minutos atrás lo estaba, estaba contenta y les sonreía a ambos por igual. Pero, ahora, Devoción que no paraba de hablar aún estando en la puerta, se auto invitó a quedarse por más de las dos o tres horas que Amelia le había asegurado serían.

—Podríamos quedarnos hasta el fin de semana aquí.

Luisita solo desvió su mirada, asombrada, hacia un lado y evitó reclamar algo por lo bajo. No es que no quisiera que se quedaran pero era la primera vez que su departamento era ocupado por alguien que no fuese ella misma. Amelia y los niños no eran problema, al contrario, le gustaba estar rodeada con ellos. Lo disfrutaba, pero a los padres de su esposa no los conocía y, por mucho que sus suegros fuesen, iba a costarle tomarles confianza.

—Bueno, mamá, esta es casa de Luisita, no mía. No puedo decidir por ella.

La rubia sonrió, orgullosa de su esposa y le rodeó la cadera, acercándola ligeramente a ella.

—Están casadas —dijo Tomás, aquel hombre de voz dura, ronca y contundente —Lo que es de una, es de la otra ahora.

—Absolutamente —agregó Luisita pero él solo la miró con desconfianza.

—De igual manera, aún estoy esperando que me digas que esto de que estás casada sea una broma.

Luisita frunció el ceño. ¿Cómo iba a ser una broma? Ella había firmado su nombre al lado del de Amelia Ledesma para que ahora llevase su apellido.

Ese hombre no le agradaba. Además, aún tenía su mano sobre una de su esposa y en cualquier momento la jalaría hacia él.

Se aferró con firmeza a la chaqueta de Amelia y la arrastró aún más hacia ella, impidiéndole a futuro que lograra su cometido.

—Papá, no es una broma. Luisita y yo ya tenemos una familia, creí habértelo dicho anoche.

—Sí, hija y lo escuché, pero no significa que vaya a tomarlo con tanta ligereza. Y hablando de eso... ¿dónde están los pequeños?

—Bueno, si gustan pasar, los conocerán —ofreció Luisita amablemente.

Tomás fue el primero en adentrarse, pasando entre medio de ellas y rompiendo su contacto. Devoción, en cambio, palmeó amistosamente su hombro y le sonrió con dulzura antes de seguir los pasos de su esposo.

—Amelia —la llamó por lo bajo tironeándola de su brazo.

—Sé lo que vas a decirme —la interrumpió avergonzada, alzando las manos cual rendición porque no tenía cómo defenderse de lo que acababa de pasar —Y sé que es tu casa, Luisita pero te juro que al terminar la cena les pediré amablemente que busquen un hotel.

Eso sonaba fantástico. Se perdió un momento en sus pensamientos, a Devoción podría hacerle un lugar en su cochera, o usar el sofá. ¿Pero Tomás? A él no lo quería muy cerca, su rostro molesto estaba comenzando a aterrarla.

—Son tus padres, Amelia. Y yo sinceramente no quiero caerles mal. Asi que pueden quedarse si ellos lo desean —le fingió su mejor sonrisa de cordero y su voz salió inocente, dulce como nunca antes.

Con eso, la morena se sentiría mal y no la apoyaría, alegando que no iba a incomodarla solo por satisfacer a sus padres. Asi que en unas dos horas, quizá tres, los tendría de vuelta afuera.

—Gracias, cariño —Amelia se colgó de sus hombros y la besó con un fuerte sonido, sonriente y emocionada por oír aquellas palabras —¿Lo ves? Eres la mejor esposa, la que cualquiera pudiese pedir. Les prepararé la habitación del sótano, se van a conocer y se van a llevar muy bien, ya lo verás. Te quiero —volvió a besarla, más rápido, casi en un roce y regresó a la casa dejándola confundida.

Reglas de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora