Capítulo 29. Divorcio.

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Luisita cerró la puerta y la luz de su cuarto se apagó segundos después.

Amelia apretó los ojos, por mucho que Chloe haya querido adelantarse y dejarle el tema casi abierto, Luisita solo las miró y luego regresó al interior de su habitación.

—¿Esto es en serio? —se quejó Chloe abriendo sus brazos —¿Qué demonios está pasando entre ustedes?

Amelia lanzó un resoplido y se acercó a la niña, tomando su mano y llevándola de regreso al cuarto.

—Ahora no, Chloe.

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Lunes, 7.45 y Amelia aprovechó la salida de los niños al colegio como una última oportunidad. Luisita había salido al trabajo y volvería al mediodía. O la increpaba allí y soltaba todo sin espera de interrupciones o todo continuaría igual al punto de terminar peor.

Ató su cabello y remangó su camiseta antes de comenzar a limpiar. Acomodaría el living, la cocina y cada rincón que ocupara su tiempo en la mañana y antes de las 12:00 prepararía el almuerzo.

Quería hacer algo distinto, especial pero ya no tenía sentido. Probablemente Luisita no destacaría su esfuerzo e incluso el decirle que están esperando un hijo ya sonaría de otra manera.

Puso algo de música en el reproductor y pasó el pestillo a la puerta antes de comenzar.

Notó todo lo que había hecho horas después, cuando el sudor ya le dificultaba la vista y cada vez que se levantaba, luego de agacharse, se mareaba con notoriedad y se le dificultaba el respirar.

10:54 marcaba el reloj cuando ocupó la cocina y comenzó a buscar en el refrigerador. A Luisita le fascinaba la pasta, aquella que solía hacerle los miércoles y algunos sábados. Con la salsa que ella preparaba y la carne condimentada a su gusto.

—Es ahora o nunca, Amelia —con las cosas sobre la mesada y las manos en su cadera sonrió, eso haría.

Terminó de poner dos platos en la mesa, dos copas y una jarra de agua. Se quitó el delantal y se estiró hasta la pequeña ventanilla que mostraba el exterior: Luisita aparcaba su coche y en segundos golpearía la puerta.

Corrió hacia ella y se adelantó, abriendo y esperándola mientras daba los últimos pasos.

—Buenos días —le dijo por lo bajo y Luisita se detuvo un momento frente a ella.

No le respondió, solo la observó y se aferró a su maletín para pasar a su lado y perderse escaleras arriba.

Cerró y se quedó un momento de pie. No se rendiría tan fácil. Después de todo, conocía el carácter de la rubia y sabía que solo debía hondear en el terreno antes de provocarla directamente.

Esperó unos minutos y juntó sus labios al oír la puerta de su habitación abrirse, signo de que regresaría por sus pasos.

—Preparé el almuerzo —le dijo de pie cuando ingresó a la cocina.

Luisita la miró y luego a la bandeja en medio de la mesa. Asintió ligeramente y alejó la silla. Ella se sorprendió gratamente, creía que le iba a salir con la excusa de no comer o hacerlo en su habitación. Sola.

Sirvió las dos copas y los platos, antes de sentarse frente a ella y tomar el tenedor.

Quería preguntarle tantas cosas y hablar de tantas otras. Pero la rubia almorzaba sin siquiera mirarla o algo a su alrededor. Solo miraba las pastas en el plato y a veces el vaso. Nada más.

Tomó la servilleta y la acomodó bajo su mano, apretándola por momentos para calmar los nervios. Cuando Luisita alzó su vista y la vió por un fugaz segundo, se aclaró la garganta y se removió en su lugar, haciéndole notar que aún tenía cosas para decirle.

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