Relación directa con el objetivo: Luisita marcó una X.
Avance a promedio normal, casi superior: otra X más.
Estrategias habituales: X.
Última compra: X.
Todo ese legajo era representando por X y más X.
Había sido el peor trabajo de su historia, de su currículo, de su experiencia, pero había ganado de otra manera y no podía ocultar su satisfacción por ello.
Eso había salido como mejor resultado, incluso aún cuando nada estaba terminado.
Nivel de experiencia grupal: sonrió e ignoró la X.
—Luisita, que bueno que estás aquí. Ven, necesito hablarte sobre algo.
Guardó la carpeta en su maletín y abandonó la silla de espera para seguir los pasos de Sebastián Fernández. Atravesaron el pasillo de aquella brillante empresa hasta llegar a la oficina.
Él abrió la puerta y sostuvo el picaporte, sonriéndole mientras le cedía el paso. Ella entrecerró los ojos y lo observó un momento: o estaba comenzando a actuar paranoica desde que el reloj comenzó a correr como el último mes allí o definitivamente algo se escondía detrás de aquel gesto.
Avanzó dos pasos y uno al costado, esperándolo para caminar juntos hasta el escritorio. Sebastián le palmeó el hombro y bromeó preguntándole si todo estaba bien. Luisita solo asintió y continuó tras sus pasos.
—Espero que lo que tenga para decirte no opaque entonces tu buen humor de hoy.
Definitivamente era un idiota. Le había dicho que todo estaba bien, no que repartía buen humor para todos.
—Eso no suena muy bien, Sebastián. ¿Tengo que preocuparme?
—La verdad es que todos estamos preocupados. Siéntate, por favor —le señaló la silla junto a ella y Luisita se relamió los labios: definitivamente algo de paranoia y algo más había en esas palabras.
Se sentó y lo vió voltear, mirando por la ventana con la persiana baja y con un dedo entre ella, manteniendo su rostro oculto y apenas dejando pasar algo del sol.
Se removió y se aclaró la garganta, esperando porque comenzara con aquel misterio.
—Estamos en banca rota.
Hubo un silencio, un largo silencio que se prolongó mientras él arremangaba su camisa. Luisita pasó saliva secamente, eso no podía ser posible. Sebastián era la cara de la empresa, sí, pero Benigna la fuente de dinero y la mujer tenía mucho. Tanto o más que todos los lugareños de Santana Bárbara juntos.
Se pasó una mano por su cabellera y acomodó una pierna sobre la otra, pretendiendo no inquietarlo ni delatarse con lo que fuera a decirle. Era la primera vez que en uno de sus trabajos le soltaban aquello y, por lógica, si no había más billetes, no había más trabajo.
—No entiendo, Sebastián. ¿Cómo puede ser eso posible? Hasta hace dos semanas teníamos compradores por mayor. Incluso King quiere unirse como proveedor y comenzar esto a nivel industrial. ¿De qué estás hablando? ¿Estás seguro?
Sebastián soltó el dedo de la persiana y volteó a verla.
—No te lo había dicho porque sé cómo se siente qué desprestigien tu trabajo pero… hace unos días recibía algunas quejas. Varias, a decir verdad. Tu cereal ya no es el mismo, la gente dice que ha cambiado su gusto y el hecho de que hayamos aumentado los precios no ayudó demasiado. No quieren continuar arriesgándose y detendrán las compras por un tiempo.
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Reglas de oro
FanfictionLuisita Gómez es una estafadora profesional que quiere dejar el negocio con un último golpe. Para lograrlo, deberá reclutar integrantes que fingirán ser junto a ella una familia feliz. ¿Conseguirá quedar en el recuerdo? (Advertencia: Fic G!P) .Esta...