Capítulo 12. Confiar.

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—¡Vamos, Luke! Vamos, tú puedes. ¡Patea!... ¡Rayos! —Luisita se cruzó de brazos y bajó su cabeza, observando tras sus lentes de sol el nuevo entrenamiento del equipo de fútbol que Amelia dirigía.

Solo se escuchaban los gritos de la morena, animando a los niños pero más a Luke. Sin embargo, el chico llegaba casi sin aliento hasta el arco y Mason, quien usaba los guantes para atajar, terminaba con la pelota en la mano por sus débiles disparos.

Luisita sacudió el cabello del niño cuando pasó a su lado luego de que Amelia le hiciera una seña de que saliera un momento. Tomó dos botellas con agua del banco tras ella y le entregó una. Lo observó beber con tranquilidad y luego se acercó hasta Amelia.

Carmen estaba frente a la morena dándole algunos consejos y con una planilla en mano, cual asistente que Amelia no necesitaba. No para su gusto.

La chica se le adelantó y le dió otra botella a la morena, sonrió ampliamente cuando la rechazó con cortesía porque aún no la necesitaba. Sin embargo, Luisita quitó la tapa de la que sostenía y abrazó a Amelia desde atrás, pasando el brazo frente a sus ojos para que tomara la botella.

—Lo estás haciendo muy bien, amor —le dijo mientras Amelia bebía con gusto.

Carmen golpeó el boligrafo contra la planilla y señaló hacia un costado, donde dos coches se acercaban.

—Son más niños, iré a recibirlos —murmuró y Luisita asintió con su mejor sonrisa para que lo hiciera.

Ya no le divertía tener que dejarle en claro que Amelia era su esposa, porque la morena apenas le prestaba atención, pero si le divertía sus reacciones cuando ella aparecía para arruinarle sus obvios avances.

Giró a Amelia sin separarse y notó que algo de sudor se había juntado en su frente, cayendo con prolijidad en todo su cuello. Apartó un mechón de pelo sobre su rostro y palmeó suavemente su gorra. Había visto las porristas de su instituto cuando asistía y lo corta que eran sus faldas e incluso había disfrutado de la vista cuando la hacían girar y mostraban de más; pero el uniforme no oficial que Amelia llevaba puesto llamaba más su atención.

Sus piernas bronceadas bajo ese short, su clavícula al aire tras esa camisa blanca y su cabello bien cuidado bajo esa gorra azul, eran la combinación favorita para ella. Luego de Amelia en ropa interior, porque nada se comparaba a cuando la veía pasearse por su cuarto o la sentía dormir en ese estado.

Rodeó su mejilla izquierda con su mano y la acarició. Se preguntó por qué Amelia cerraba sus ojos, si sentiría lo mismo que ella cuando la morena imitaba ese gesto al llegar de su oficina cada mediodía. Tiró con suavidad hasta ella y se inclinó para dejarle un beso en los labios. Una unión sin movimiento, solo una boca sobre la otra por unos segundos.

Se alejó y se repasó los labios con la lengua, llevando el sabor de Amelia a su interior.

—Te lo dije tía, ellas están muy enamoradas —escucharon ambas y Luisita volteó, Sebastián se acercaba con Benigna Castro y sus pasos con total seguridad.

La mujer ignoró el comentario del chico y se detuvo al lado de ambas, inspeccionándola sin mover su vista pero haciéndolo; Luisita conocía ese tipo de miradas porque así lo hacía apenas conocía su nuevo negocio.

—Luisita, Amelia, mi tía. Tía, ellas son…

—Si, si, Sebastián no soy idiota —lo interrumpió la mujer —Luisita y Amelia, acabo de escuchar. Tu cara me es familiar —le dijo a la rubia y Luisita entrecerró los ojos; su rostro para nada llegaba a sus pensamientos asi que no, no podían conocerse.

—Lo lamento pero creo que nunca la había visto antes —le dijo antes de estirar su brazo y esperar estrechar sus manos. Benigna la observó una vez más, ladeó su cuerpo para inspeccionar a Amelia y finalmente volvió a su lugar, aceptando el saludo de Luisita sin inmutarse —Es un placer conocerla, todo el mundo habla bien de usted.

Reglas de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora