Capítulo 8. El plan de seguir.

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El plan no era muy difícil, lo había creado ella misma y mandaría al demonio a Luisita si se llegase a enojar por las consecuencias. Iba a demostrarle que no era para nada inexperta en su trabajo y qué podía hacerlo sin sus estrictas y estúpidas órdenes.

Estaba sobre su motocicleta, a unos metros de la gasolinera y observando los movimientos que ocurrían dentro de la tienda. Llevaba más de cinco minutos allí por lo que, según sus cálculos, solo debería seguir unos segundos más.

Y así fue.

Vió su objetivo abandonar el lugar con bolsas en mano y caminar rumbo al coche que acababa de cargar gasolina. Amelia movió la llave de su motocicleta y encendió el motor, acelerando y siguiendo un BMW color azul.

Se cruzó de acera a tan solo unos metros de pegarse a el y lo siguió tratando de que no la notara y lográndolo en el proceso.

Estaba a menos de cien metros de un semáforo por lo que, tras voltear y ver que nadie conducía tras ella, rodeó el coche y se detuvo a su lado cuando llegaron y el color rojo los sorprendió.

Miró hacia un lado primero y luego al coche, descubriendo la mirada del conductor ya sobre ella. Sonrió con victoria y apuntó hacia atrás, haciendo que él también observara el neumático trasero.

—Tienes un neumático pinchado —le dijo bajo su casco y el conductor bajó su ventanilla —Tienes un neumático pinchado —repitió y lo escuchó bufar con molestia.

—Maldita sea, ¿y esto cómo demonios pasó?

—Oríllate o tendrás problemas —le dijo ella y señaló con su pulgar hacia atrás, la fila de coches que comenzaban a acercarse.

Amelia vió frente a sus ojos el coche de Sebastián Fernández estacionarse a un costado y sin dudarlo lo siguió.

Abandonó su motocicleta y se quitó el casco mientras llegaba a él.

—Puedo jurar que cuando cargué gasolina estaba perfecto. ¡Perfecto! —gritó él, pateando el neumático y caminando en círculos luego —Por cierto, gracias por el aviso, ni siquiera lo había notado.

—No te preocupes, son cosas que suelen pasar.

—Tengo una reunión en menos de media hora. ¡Estúpido coche!

—Pues llama a una grúa o al seguro, no puedes dejarlo aquí.

—No tengo tiempo. Con la alarma me esperará hasta que regrese. Tomaré el primer taxi que se detenga —terminó Sebastián, volviendo a la calle y alzando su brazo en busca de uno.

Sin embargo, sus constantes intentos fueron inútiles y regresó para repetir la patada en su coche.

—Escucha —dijo Amelia caminando hacia él —Mi esposa sabe de esto, arregla su Cadillac ella misma, si quieres la llamo y en unos minutos lo reparará.

—¿De verdad? —preguntó él con algo de esperanza.

—Pues si, no es muy difícil. Solo debe cambiar el neumático, ¿tienes el auxiliar?... No te preocupes —agregó cuando Sebastián negó ligeramente con la cabeza —Le diré que te consiga uno. Solo que se retrasará más por eso.

—Entonces gracias pero no. Volveré luego por él.

—Espera, espera —lo corrió ella cuando intentó irse nuevamente —Puedes llevarte mi motocicleta.

—¿Qué? —preguntó él sorprendido.

—Lo que escuchaste, puedes llevártela mientras mi esposa hace lo que tenga que hacer.

—Eres una de las nuevas vecinas ¿cierto?

—Cierto —aseguró Amelia —Y por eso creo que deberías aceptar mi ayuda —él observó su reloj de muñeca y luego a la morena; la situación era totalmente rara pero debía llegar a esa reunión con anticipación o tendría problemas.

Reglas de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora