Capítulo 27. Para eso te pago.

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Amelia la miró. No es como que no quisiera tomar algo o despejarse después de horas de viaje y trabajo bajo al sol como entrenadora, pero no quería en compañía de ella.

Luisita se lo había pedido y no tenía interés en contrariarla ni deseo propio de hacerlo.

Se detuvo con brusquedad y estiró su brazo, acomodando su mano en el hombro de Carmen y deteniéndola ante su avance. Había cerrado la puerta y por un instante había visto el brillo de su mirada de otra manera. Más oscuro y temeroso. Y no quería que continuara igual.

—De verdad, Carmen —insistió —Estoy cansada, solo quiero ducharme y acostarme.

—Bueno esto es… un poco molesto, Amelia —se irguió la pelirroja y ella entrecerró los ojos —No me mires de esa forma, tú me invitaste días atrás a esto. Querías que aceptara una invitación a esa inexistente tarde de café o que yo te invitara a algo. Bueno, estoy haciéndolo —apretó los labios y bajó lentamente su brazo.

Tenía razón, eso había hecho. Pero las cosas eran distintas ahora, ya no quería coquetear con ella para obtener algo ni invitarla o recibir alguna invitación de algo. La quería lejos en ese momento y solo quería volver a la cama.

Observó por sobre su hombro nuevamente el movimiento de su móvil y regresó su vista a Carmen.

Tal vez solo bebían algo rápido, una copa cada una y hasta fingiría estar ebria si de volver a su cuarto se trataba.

Sí, eso haría.

Le regalaría solo unos minutos, tal vez ni siquiera una hora y le aclararía finalmente que no podía volver a repetirse este tipo de encuentros. Todo sería rápido, fácil y volvería a su conversación por mensajes con Luisita; incluso la llamaría antes de dormirse.

—Compré un vino europeo, demasiado caro —murmuró Carmen y ella lanzó un suspiró resignado. No podía además dejarle ese gasto como si nada.

—Espérame aquí —le dijo y regresó a la mesa de noche.

Tomó el móvil y le envío un último mensaje a Luisita. Esperó con el móvil en mano casi con desesperación una respuesta pero no la obtuvo. Resignada, lo guardó bajo la almohada y buscó su chaqueta, antes de dejar el cuarto y caminar con Carmen detrás.



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Bajaré a tomar algo y luego te llamo ¿de acuerdo?

No, no estaba de acuerdo.

Luisita se arrastró en el sofá y dejó el móvil sobre su abdomen. No podría tardarse tanto Amelia en una bebida. Una limonada, tal vez o aquellas aguas con gas que tanto le gustaban.

Regresó la pantalla del móvil a su vista y observó la hora: 18:26.

—No seas tan idiota, Luisita —se reclamó a si misma y se puso de pie, dejando el aparato sobre la mesa ratona para caminar a la cocina. También buscaría algo para beber y esperar el llamado de la morena.

¿Por qué no pudo llevar su móvil con ella? Abrió el refrigerador y echó un vistazo hacia atrás, al living y agitó la cabeza al ver el móvil en la misma posición que lo había dejado. Se sentía asqueroso esto de extrañar a alguien pero se trataba de Amelia. La quería y extrañarla era parte de ese amor que le tenía.

Se sirvió un vaso de agua y le dio un sorbo observando hacia afuera, por la pequeña ventana y contra la mesada. No había rastros de vecinos y su zona se oía tranquila, sin ni siquiera cantos de pájaros.

Bebió un poco más y dejó el vaso sobre el frio mármol, acariciando su círculo superior un momento y tratando de no pensar en el tiempo. Sin embargo, por cada vez que su dedo pasaba en el orificio, más lento oía las agujas del reloj avanzar por lo que se separó con brusquedad e intentó volver al sofá.

Reglas de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora