Capítulo 14. Protección.

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Luisita perdió su mano dentro de un costal y la elevó hasta mostrar los granos de trigo caer entre sus dedos. Era un hecho, esa sería la capa que envolvería todo su plan y allí estaba ahora, conociéndola y comenzando a estudiarla.

Detrás de ella, un pequeño campo con dos silos ocupaban el lugar ya creado por Jason y comenzado a trabajar. Estaban a casi unos docientos km de Santa Bárbara pero era el sitio más cercano a cultivar; y ella no quería arriesgarse a que los demás desconfiaran.

Había ideado el plan de manera efímera y ahora lo veía todo con más claridad. Desde su primer trabajo que James le dio una rápida lección: "solo te necesitas a ti misma, o un equipo, y un pequeño emprendimiento que crecerá por si solo con el pasar de los días".

Apretó los últimos granos y llevó uno a su boca. Lo mordió y sonrió luego de arrojarlo al suelo.

—Necesito que esto llegue a Sebastián Fernández —le dijo a Jason palmeando su pecho y caminando hacia otro costal. Tomó otra pequeña cantidad y repitió el acto, solo que esta vez lo trago sin problemas —Y este llegará por cuenta de Amelia.

—Visitaré Santa Bárbara la semana entrante. Le llevaré el producto y armaré el resto antes de esa llegada. Lo que probaste del segundo costal, no lo hacemos aquí.

—Habla con James sobre esos gastos —dijo Luisita, colocándose sus lentes de sol antes de estirar su brazo hacia él —Envíame un mensaje para saber con exactitud que día estarás por allí. Debo organizar otra reunión para hablarle de mi negocio antes a Sebastián.

—Por supuesto, Luisita, como siempre —le sonrió Jason, estrechando sus manos y viéndola partir luego.

La rubia se montó en su Cadillac y dio dos claxon antes de acelerar y alejarse de allí con velocidad. Ahora Amelia debía hacer su parte y otra capa iba a ir desapareciendo.

Amelia.

Sonrió y agitó la cabeza al aferrarse más al volante. Debía admitir que James tenía razón con aquella afirmación de que le gustaría este trabajo, por mucho que ella se haya negado al principio.

No se comparaban aquellas noches solas, en una cama grande, cuando evitaba socializar con una compañera de trabajo, a las noches abrazadas a Amelia ahora. Porque siempre se acostaban dándose la espalda pero ella misma terminaba girando y abrazando a la morena por la cadera. Y a Amelia parecía no molestarle, porque se arrastraba hacia atrás y sus cuerpos se fundían casi en uno solo.

Solo con Amy había compartido momento así. Pero Amy había sido la persona más importante para ella luego de James y sus dos mejores amigas. Su relación duró lo que ninguna otra en su vida.

Se conocieron una noche en un bar, la llevó a su departamento tres horas después y desde allí fueron inseparables. La conocía cómo le gustaba y nadie descifraba mejor sus gestos que Amy ante los demás. Había sido feliz desde sus veinticuatros años hasta sus veintisiete y por esa misma felicidad, estropeada luego, ya no quería otra persona a su lado.

A causa de uno de sus trabajos, estuvo casi cinco meses en Europa, rondando las empresas de un magnate conocido. Su vuelo de regreso describía un horario pero ella se adelantó, intentando sorprenderla porque la había echado de menos y estaba segura que no había experimentado ese sentimiento antes jamás.

Pero subió las escaleras del departamento que compartían y se sorprendió al verla dormida, desnuda bajo unas sábanas distintas que compartían y aún más al oír la ducha de la habitación. Paul abrió la puerta y aferrada a su cadera estaba la toalla de Amy. Él era su compañero de empresa, dos oficinas atrás de la de ella y se conocían lo suficiente.

Reglas de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora