Capítulo 37. La ley de la selva.

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"Con motivo de un aniversario más de Santa Bárbara, están cordialmente invitadas a la cena y posterior fiesta a realizarse este viernes, citada en el lugar donde inició todo este proyecto. Esperamos contar con su presencia, sin ningún tipo de obligación ni gastos.

Benigna Castro."

Amelia gesticuló confundida, incluso en palabras sobre papel Benigna Castro era un tanto extraña.

—¿Qué es eso? —le preguntó Luisita abrazándola por detrás. Sonrió, la sintió aspirar de su perfume y luego dejarle un sonoro beso en su cuello.

—Una invitación de Benigna. Hará una fiesta este fin de semana, en su casa.

—¿Una invitación para ti?

—Para toda la familia, Luisita. ¿Quieres ir? —le preguntó girando pero sin romper el contacto. Pasó los brazos por el cuello de la rubia y tironeo de el hasta tenerla cerca de su boca.

—Mmm, no lo sé —ronroneó la rubia jugando con su nariz en el cuello de esposa —Habrá demasiada gente y gente que no me cae bien.

—Pero me pondré un vestido —susurró ella echando su cabeza hacia atrás. Los dientes de Luisita rasparon su piel y dejaban pequeñas mordidas a cada paso —Y será corto.

—No vas a convencerme.

—Con unos zapatos de tacón… negros —continuó con su voz más seductoramente posible.

Sabía cuánto amaba Luisita verla con algo negro, sus ojos se oscurecían y el color marrón de ellos desaparecía por la pasión que enardecía de la rubia. La oyó gruñir y ella abrió la boca, liberando un suspiro cuando comenzó a succionar su cuello.

—¿Y qué más?

—No lo sé… va a ser un vestido tan pequeño y apretado que… Luisita… —se interrumpió cuando la rubia se pegó a ella y comenzó a mover sus caderas —Quizá hasta no lleve ropa interior.

Luisita se detuvo al instante y dio un paso atrás. Sin embargo, sus manos sostenían aún su cintura y sus ojos vagaban en todo su cuerpo.

—¿Qué pasa?

—No puedes no llevar ropa interior.

—¿Y por qué no?

Luisita no le respondió. La sujetó con fuerzas y la obligó a caminar hacia atrás, golpeándola contra la mesada y sentándola sobre ella luego. Allí estaban ahora sus ojos marrones, oscurecidos con pasión y clavados sobre los de ella.

Tragó secamente y la vió quitarse la camiseta de pijama. Eran más de las 10:00 a.m pero con los niños en el colegio, poco le importaba el avance del reloj. Luisita estaba semidesnuda frente a ella y no entendía muy bien a dónde quería llegar.

Amelia alzó los hombros y la rubia rodó los ojos, antes de llegar de una zancada a ella y acomodarse entre sus piernas.

—¿Te gustaría que alguien más me viera desnuda?

—¡Luisita, ese ni siquiera es el punto! No estaría desnuda y además… solo quería incentivarte a que aceptaras. Vamos, es una fiesta en casa de Benigna.

—Pues no iré si vas con ese tal vestido corto. Sera dificil para mi poder controlarme con tanta gente.

—Entonces iré sola. Esto es como una entrada gratuita al último paso que necesitamos para terminar nuestro trabajo, Luisita y no voy a desaprovecharlo. Además, en el sobre había otra carta. Benigna quiere que haga uno de mis platos para Leonel esa noche.

—¿Entonces irás sola?

Amelia bufó molesta. ¿Todo lo demás no lo había escuchado?

—Pues sí. Si tú no quieres acompañarme y yo no voy a obligarte, no me toca más que ir sola.

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