Capítulo 25. Tu tiro al blanco.

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Cinco días más y cientos de nauseas por las noches que acababan en vómito.

Tres mareos y solo uno que Luisita presenció.

Amelia se tomó la frente: algo no estaba bien con ella.

—Esto es una completa locura.

Rodó los ojos, por supuesto que lo era. Amelia se arrojó contra la silla y se cruzó de brazos; se supone que se había reunido con Nacho para que él la hiciera sentir mejor y aclarar las ideas. Pero estaba terminando de plantarle temor en realidad.

—Eso ya lo sé, gran genio.

—¿Y qué quieres que diga entonces? Si estás embarazada, será una completa locura.

Jamás se había imaginado en esa situación; en aquello tan cotidiano para algunas mujeres ser madres solo por qué así lo determinaba su sexo. Se supone que nunca le agradaron los niños, no sabía relacionarse con ellos y siempre había sido Nacho el que más los cuidaba mientras compartían trabajo con alguno.

Pero, por mucho que quisiera mantenerse alejada del tema, conocía ciertos aspectos que delataban el estado. Como las nauseas que llevaba padeciendo las últimas noches.

—Tienes que hacerte un test, Amelia.

—Eso no es seguro, debería comprar unos tres al menos.

—Pues compras tres.

—¿Qué tantas posibilidades pueden existir?

—Lo hicieron dos veces sin ningún tipo de protección ¿no es eso lo que acabas de decirme?

Eso mismo era porque eso pasó. Aquella noche, luego de robar el banco, había sido la primera vez. Le había dicho incluso a Luisita que comenzaría con el tratamiento de pastillas tiempo después, en los próximos días. O al menos eso creyó que la rubia había entendido pero, la noche siguiente, no pudo detenerla cuando volvió a hacerle el amor pasada la medianoche. Por lo tanto su visita a la ginecóloga se atrasó más de lo debido.

—Tendrías que habérselo dicho.

—Lo sé —susurró ella con su mirada sobre la taza de café. Estaban en un cafetería a las afueras de Santa Bárbara hacía más de una hora y aún no llegaba a una posible solución —Pero cada vez que intentaba hablarle me besaba o me callaba y no podía contrariarla. No puedo manejarme cuando de ella se trata y terminé cediéndole el control, siempre lo hago.

—¿Cómo que no puedes manejarte? ¿Estás enamorada de ella?

Por supuesto que lo estaba pero estaba hablando con Nacho después de todo, debía decirle palabra por palabra y con claridad o de lo contrario no entendería.

—Quizá.

—Con más razón deberías habérselo dicho entonces.

—Ay por favor, Nacho, no me juzgues ahora ¿o acaso tú piensas o hablas mientras tienes sexo con alguien? —preguntó por lo bajo golpeando ligeramente la mesa —No pude detenerla y no pude detenerme a mí ¿está bien así?

—Pues ahí lo tienes. Atente a las consecuencias ahora. Podría haber pasado de otra manera, tienes una boca ¿lo recuerdas?

—Cállate —le reclamó ella arrojándole la servilleta —Además no me lo ha pedido.

—Como sea, debes ir con el médico entonces.

—Sabes que los odio, no.

—Amelia —alzó él la voz apenas estirándose hasta su amiga —Esto está pasando ¿de acuerdo? Y te está pasando a ti y debes actuar con respecto a eso. ¿Necesitas que te acompañe?

Reglas de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora