Capítulo 4

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El ruido en el piso de abajo hizo que me despertara. Por lo usual, solía estar callado y tremendamente tenso a estas horas de la mañana, o, por lo menos, yo lo sentía de esa manera. Para mi sorpresa, esta vez no se sentía de ese modo.

Me saqué la cobija de encima y me calcé mis confiables pantuflas de perro. Luego de ir al baño y peinarme el cabello, decidí bajar y echar un vistazo. Era raro... pero se sentía buena vibra, ¿quizás?

Qué extraño.

Aunque, mientras bajaba y el sonido de las voces se hacía más claro, lo supe. Lo supe antes de siquiera llegar a verlo. El tintineo de las tazas era inegable y hasta llegué a escuchar el suspiro de papá justo antes de pisar el último escalón.

—Pero mira esa cara de amargado que llevas encima —reprochó el abuelo, mirando a papá con el ceño fruncido—. ¿Le echaste azúcar a tú café, Alan? Deberías echarle más.

—Me gusta el café sin azúcar.

—Eso explica muchas cosas.

Él lo mira con reproche y está negando con la cabeza cuando decido salir. Sus ojos me captan enseguida y una sonrisa ilumina su rostro. Llega hasta mi lado en un santiamén y me pasa un brazo por encima de los hombros. Sonrío cuando me apretuja sobre su costado.

Veo de reojo dos cabelleras castañas que se encuentran en la cocina. Una de ellas aún lleva la pijama al igual que yo.

—Qué bien que estás despierta, Pressley —me dice, apartándome de papá—. Tengo algo para darte. Creo que te gustará.

Enarco las cejas, repentinamente curiosa.

—¿Qué es?

No dice nada más, solo se le cuela una sonrisa cómplice en el rostro y rebusca en su bolsillo. Saca algo con misterio y me lo entrega, poniéndolo en la palma de mi mano. Subo las cejas con diversión y curiosidad al ver su expresión.

Cuando le echo un vistazo, no puedo evitar abrir los ojos y observarlo con sorpresa.

—¿Son...?

Él asiente antes de dejarme terminar la oración. Miro los pequeños rectángulos de cartulina rosada en mi mano y luego vuelvo a subir mi vista hacia él. La emoción ya está asomándose en mi gesto cuando me desinflo por completo. Sonrío con pesar. Acabo de recordarlo.

—Papá no me dejará ir —suelto.

Sacude la mano en el aire, como si también hubiera estado pensándolo. No le toma mucha importancia, lo cual me asombra.

—Ya hablaré con él —dice entonces, con una extrema confianza mientras se acomoda los lentes—. Ten por seguro que te dejará.

—No lo sé... estaba molesto, y...

—Irás a ese lugar, Pressley. Puedes invitar a Paige, la pasarán bien.

Estoy a punto de replicar de nuevo cuando algo me detiene. La ilusión, tal vez. La verdad... me apetece muchísimo ir. He querido ir desde que abrió. Ya ha pasado una semana de colegio y creo que necesito un descanso.

—¿Que le dirás para convencerlo? —pregunto curiosa, al cabo de unos segundos.

Él se encoge de hombros y se arregla el cuello de la camisa de cuadros que lleva encima. Le echo una ojeada. Las camisas de cuadros son como un emblema del abuelo. Nunca sale de casa sin una de ellas. La razón es que mi abuela dijo una vez que las camisas de cuadros eran sus favoritas. Por eso nunca ha dejado de usarlas. Ni siquiera cuando ella murió.

—Tengo experiencia. —Se limita a responder.

Entrecierro los ojos en su dirección. Su tono de voz ha revelado que no dirá mucho al respecto, pero ahora estoy sonriendo por lo que tengo en mi mano y ha dejado de importarme cómo lo convencerá.

Hablando con la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora