Capítulo 23

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Mis últimos días se han basado en dormir, llorar y comer helado. También he pensado mucho. Muchísimo. Demasiado. Mi mente no se ha callado ni un segundo.

Suspiro al calzarme mis botas. Me toma menos tiempo del normal vestirme para ir a la escuela. Mi estómago está revuelto, pero a estas alturas, considero que es algo normal. No me he aparecido por los pasillos del lugar y estoy un poquitín nerviosa por ello. Ni siquiera sé por qué. Es algo absurdo ya que he ido toda mi vida a la misma escuela.

Me doy un repaso rápido en el espejo, frunciendo la boca. Antes de echarme para atrás, tomo mi mochila y salgo de mi habitación. La casa está tan silenciosa como de costumbre. Bajo las escaleras despreocupadamente, hasta que murmullos en la cocina hacen que me frene en seco.

—¿Revisaste el correo hoy? —pregunta mamá, con una pizca de amargura en la voz. Presiento que tiene una taza llena de té en la mano justo ahora.

—Sí, hay un paquete para Pressley —responde papá, rechistando—. De nuevo.

Eso me hace arrugar el ceño con profundidad. ¿Desde cuándo tengo correspondencia? Y, ¿por qué suenan cansados de ello?

De algo me he perdido.

—¿Otro? —interviene una nueva voz. Maggie. Casi puedo verla con las cejas fruncidas—. Es el tercero esta semana. ¿Los has abierto? ¿Qué son?

Mamá bufa con fuerza, negando con la cabeza y bebiendo un largo sorbo de su bebida caliente. Tengo la sensación de que aquello los está molestando, entonces... ¿Por qué no me lo han dicho?

—Supongo que es para algún tipo de proyecto de la escuela. No ha ido estos días —concluye papá, chasqueando la lengua—. De todos modos, ¿qué son todas esa fotos? ¿Y por qué los paquetes llegan sin ninguna clase de identificación?

—Tal vez deberíamos...

Un total silencio se instala cuando cruzo el umbral. Todos los presentes se han girado a verme; sus gestos hacen que la confusión se apodere de mí. La comunicación no es su fuerte, pero es un poco extraño que se callen tan repentinamente.

—Buenos días —saludo, aunque estoy replanteándome la palabra buenos.

Ninguno responde, como es usual.

Me muevo en la cocina hasta alcanzar una manzana de la encimera. Juego con ella en mis manos mientras observo el rostro de cada uno. Parecen haber visto un fantasma.

—¿Vas a ir a la escuela? —indaga Maggie, en un susurro.

¿Qué les sucede? Tampoco es como si hubiera faltado una semana entera. La situación es algo rara. Ninguno de ellos ha entablado conversación conmigo desde que el abuelo falleció. Ni siquiera busqué una respuesta al hecho de que me dejaron en el hospital tirada, y ahora... ¿actúan así?

—Sí —termino por decir.

Ninguno dice nada. Harta de todo este misterio, vuelvo a colgarme la mochila del hombro. He decidido que lo mejor es comprarme el desayuno en la escuela. Eso de cocinar con ellos encima no me apetece. Lo que quiero ahora es salir de este lugar.

—Bueno... nos vemos más tarde.

Alguien se aclara la garganta antes de que comience a caminar.

—¿Pressley?

Enfoco a mamá mordiéndose el labio. Está sentada en uno de los taburetes de la barra, dándome una repasada.

—¿Sí?

Ella se revuelve los dedos en su regazo, gesto que llama mi atención. ¿Acaso estaba nerviosa? ¿Mi... madre?

—Estos días han llegado unos cuantos paquetes a tu nombre —informa, evaluando mi reacción—. Queríamos ver si sabes de quién vienen.

Hablando con la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora