Capítulo 50

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Hay heridas que nunca sanan. Que siguen sangrando después de todo. Que, aunque te hayas esforzado muchísimo por olvidar y seguir adelante, siguen ahí, como una clase de recordatorio. Como un agujero en tu piel que no puede cerrarse por más que lo intentes.

Cassie es mi herida.

Ella es ese hueco vacío en mi corazón todavía. Y dudo que algún día pueda recordar el accidente sin una pizca de dolor, porque, por mucho tiempo que transcurra, siempre dolerá. Siempre va a doler porque Cassie siempre será mi hermana mayor. Siempre va a dolerme porque ella ya no volverá.

Paige me lo dijo una vez.

Recuerdo ese día porque fue como volver a la vida después de mucho tiempo. Ella llegó de su viaje, se bajó del auto y vino corriendo hacia mí. Me abrazó con tanta fuerza que juré que ella estaba intentando volver a unir los pedazos de mi corazón que se habían desprendido de su lugar.

Luego lloré.

Lloré muchísimo recargada en su hombro y balbuceando cosas que no tenían sentido. Lloré hasta que respirar me costó. Lloré hasta que sentí que había sacado una parte del dolor de mi cuerpo. Lloré hasta que me cansé de hacerlo, pero solo porque ella estaba ahí. Porque estaba más que segura de que ser frágil con ella era lo mejor que podía hacer.

Paige no me juzgó. No se rio de mí o me lanzó una de esas miradas llenas de lástima. No me reprochó nada ni se quejó cuando tuvo que decirme cómo se respiraba, porque parecía que yo me había olvidado de cómo se hacía.

Ella estuvo ahí y no se fue a ninguna parte luego de aquello. Se mantuvo a mi lado incluso cuando lo peor estaba por venir. La rubia se quedó conmigo todo el tiempo. Ella me enseñó el verdadero valor de la amistad, y por eso sé que esto es lo correcto.

En cambio, Jessica me mira con horror. Ha empezado a negar con la cabeza; se pone de pie, escabulléndose los finos dedos dentro de su cabello. Suelta todo el aire retenido en un jadeo.

—No. No haré eso —espeta con seguridad—. No me pidas que haga eso, Pressley. No voy a hacerlo.

Palmo el lugar a mi lado y tras echarme una ojeada, suspira y vuelve a regañadientes a su lugar. Recuesta las cabeza de mi hombro y yo respiro hondo. Trato de quitarle importancia.

—Solo es por si acaso, ¿vale? —digo, jugando con mis dedos—. Solo es un plan b.

—No me gusta el plan b —susurra de inmediato.

—Quizás todo salga bien —le animo, sonriendo—. Probablemente no tengamos que recurrir a ese plan.

Mi corazón da un brinco, casi como si lo supiera. Como si estuviera luchando conmigo misma para hacerme entrar en razón. Como si quisiera escapar antes de todo el sufrimiento. Lo ignoro concienzudamente, concentrándome en mis manos.

—¿Qué pasa si sí? —replica, levantándose de mi hombro. Ladeo la cabeza al ver su expresión—. No quiero hacerlo.

—Está bien. No ocurrirá nada malo.

Su mirada está llena de tantas cosas. Veo el pánico, la angustia, la tristeza..., aunque también veo la esperanza, el deseo por salir de aquí. Veo muchas cosas en ella.

—Escapar me asusta, Pressley —confiesa en un hilo de voz, con los ojos humedecidos. Le paso un brazo por encima de los hombros para estrecharla contra mi cuerpo.

Veo ambas cosas sobre una balanza; la veo a ella peleando para que la esperanza quede arriba de lo demás.

—Está bien —repito, mirando el viejo techo del cuarto—. Estaremos bien.

—Pressley.

—¿Sí?

—Promete que no morirás.

Mi cuerpo entero se tensa.

Trago saliva, sintiendo mi garganta arder.

—Lo prometo —respondo, luego de un par de segundos.

Hablando con la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora