Capítulo 32

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Me di cuenta de que me había quedado dormida en cuanto sentí los rayos del sol sobre mis párpados. Abrí lentamente los ojos, vislumbrando mi habitación. Algo cálido descansaba debajo de mi mejilla; no tardé en descubrir qué era cuando levanté la vista.

Zack dormía plácidamente con un brazo sobre mí y el otro debajo de su nuca. Su cabello negro caía hasta cubrirle las cejas y su pecho subía y bajaba con tranquilidad. Sonreí al mirarlo y acomodé mi barbilla sobre su pecho para apreciarlo mejor.

Verlo me transmite paz. Sinceramente, pensé que no podría pegar ojo en toda la noche por lo sucedido. Estoy sorprendida porque ninguna pesadilla interrumpió mi sueño. Probablemente se deba a que él está aquí.

Sin ser del todo consciente, mis ojos vuelven a cerrarse y pronto me encuentro cayendo en los brazos de Morfeo, de nuevo.

***

—¿Alguna idea? —inquiere la rubia, dejándose caer sobre la cama con un resoplido.

Paige acababa de llegar. Mamá se encuentra en casa, pero la rubia no me dejó replicar ni un poco cuando subió a mi habitación. Podía ser muy autoritaria cuando se lo proponía.

Suelto un largo suspiro y me dejo caer a su lado. Acomodo un brazo debajo de mi nuca.

—Será difícil —acepto.

—Pero no imposible —menciona Zack, sentándose en la esquina de la cama.

—Pues no —interviene Paige, incorporándose y pegándose al respaldar de la cama. Frunce la boca para concentrarse—. Deberíamos hacer un conteo de las cosas que te han sucedido.

—No terminaría nunca —susurro.

Aunque no es mi actividad favorita, me encuentro rebuscando en mi mente los actos más extraños y que coinciden entre sí. En realidad, detesto hacer eso. Lo odio con todas mis fuerzas. Zack mantiene sus ojos fijos en mí.

Apoyo las manos en el colchón para sentarme.

En realidad, no me gusta estar aquí. Ese sujeto sabe donde estoy y podría aparecer en cualquier momento, pero de algún modo extraño, me siento segura con ellos. Lo cual no tiene mucho sentido, ya que seríamos un trío de adolescentes contra un completo lunático.

Debería dejar de pensar en eso y centrarme en las otras cosas horribles.

Carraspeo.

—Bueno, sin duda los mensajes de advertencia tenían razón: él se estaba acercando. La cosa es, ¿quién los enviaba? No he recibido más de ellos. Pero mi preocupación más grande es...

Me corto a mí misma antes de terminar de decirlo. Me aclaro la garganta para reunir fuerza y decir mi pensamiento en voz alta.

—La semana ha transcurrido y ayer él ha venido a matarme. ¿Qué es lo que sigue? Los pasos se han repetido. Lo de la desaparición de una chica. Lo del recorte circulando por nuestro entorno. La semana restante. No hay más pasos —resumo, con exasperación—. Se acabó el patrón. No hay más camino qué seguir. Se supone que todo debía haber acabado ayer. ¿Qué pasará ahora?

Le echo un vistazo al cajón en donde he guardado las figurillas de los ciervos —sus cabezas, más específicamente—, recordarlo hace que se me revuelva el estómago.

Hablando con la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora