Capítulo 1

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«Mi culpa. Fue mi culpa»

Esas oraciones se han repetido por mi mente desde hace dos años. Es como una clase de recordatorio que nunca falla y que siempre llega muy puntualmente a mi cerebro.

He tratado de convencerme de qué no fue así. De que tal vez solo fue una mala jugada de mi mente y que nada de eso ocurrió, pero creo que nunca llegaré a convencerme del todo. Nunca llegaré a creer eso de nuevo.

Mamá también me lo ha dicho. Al igual que papá. Insistían con fuerza en que había perdido la cabeza. En qué estaba tan mal que lo había inventado todo. Me duele que lo hayan creído de ese modo, pero no puedo inmiscuirme en su mente y hacerlos cambiar de opinión. Es algo que ya acepté, aunque mi corazón sigue rompiéndose un poco al seguir oyendo ese tono en sus voces.

Al menos han dejado de sacar el tema y ahora la mayoría del tiempo suelen ignorarme. O fingir que no existo. Cualquiera de las dos. La que parezca más viable.

El frío de la noche me cala, y me llega hasta los huesos, haciendo que me refugie mucho más dentro de mi sudadera. El aire veraniego se respira a flor de piel y hace que mi cabello negro vuele por la repentina brisa.

Me pregunto cómo serían las cosas si no hubiéramos salido esa noche de casa. ¿Todo sería como antes? ¿O sería igual? ¿Qué es lo que hubiera cambiado? ¿Seguiría igual de perdida? Lastimosamente, aprendí que no puedo vivir en el hubiera. Me hace daño.

Mis dedos juegan con el césped cálido y puntiagudo de la colina en la que estoy. Desde este punto, tengo una buena vista hacia la ciudad y a las estrellas. Podría tumbarme justo ahora si lo quisiera, pero creo que prefiero mantenerme alejada. Por ahora.

Pienso en regresar a casa. En volver y encerrarme en las paredes de mi habitación y colocar algo de música, o alguna caricatura en la televisión. Aquí hay mucho silencio. Puedo oír mis pensamientos sin hacer esfuerzo alguno.

Pero aún no quiero volver. Quiero quedarme un rato más aquí, sentada y mirando al cielo estrellado como si esperara que sucediera algo emocionante. Me abrazo más a mí misma en cuanto otra oleada de aire frío me invade.

—Mi psicólogo dijo una vez que sería bueno hablar contigo. En voz alta —musito, mirando un punto cualquiera y abrazándome aún más—. Creo que no lo he hecho en mucho tiempo. Es que aún siento que no me has perdonado.

Algo en mi interior se contrae al escucharme decir eso último. Sin embargo, lo aparto enseguida y vuelvo a tragar saliva antes de hablar. Juego con mis dedos en mi regazo.

—Quizás sí lo hayas hecho. Quizás no haya nada que perdonar. Pero creo que hay muchos quizás en mi vida y también creo todos te incluyen, Cassie —respiro hondo—. Sabes que no soy buena hablando, ni expresándome, pero estoy intentándolo, ¿vale? Espero que donde sea que estés, no estés riéndote de mí.

Escabullo los dedos entre mi pelo y echo la cabeza hacia atrás para recibir más aire y quitarme esta sensación horrible del cuerpo. Sacudo la cabeza, diciéndome que está bien.

—Siempre he tenido la estúpida idea de que yo moriría primero, y entonces todo este rollo no tendría que estar pasándolo. Creo que aún no he aprendido del todo a cómo vivir si no estás tú. Una parte de mí nunca se acostumbrará a tu ausencia, pero estoy luchando para que al menos una parte sí lo acepte. Creo que voy progresando.

Me mantengo en silencio por un momento, saboreando mis propias palabras y dejándolas ir con la ventisca.

—Ahora tengo diecisiete. Pronto cumpliré los dieciocho. Seré mayor de edad —farfullo, subiendo muy levemente una de mis comisuras—. No sé si alegrarme por ello, pero Paige dice que es una fecha importante. Y, teóricamente, sí lo es —suelto un suspiro y juego vagamente con el césped que tengo enfrente—. Te amaré por siempre, Cassie. Espero que algún día el vacío que siento desaparezca. Gracias por ser una buena hermana mayor.

Hablando con la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora