Capítulo 21

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Paige

Suspiro por enésima vez en el camino y miro a ambos lados de la calle antes de cruzar. Doy los paso que me faltan y, al estar en el porche, me aliso la falda y acomodo un poco mi cabello antes de respirar hondo, y tocar el timbre de la casa de los Wylie.

Siento una mirada pesada en mi nuca y como tardan en abrir la puerta, me tomo el tiempo de inspeccionar mi alrededor.

La cuadra en donde vive Pressley siempre ha sido muy callada y tranquila. Por lo que sé, nunca ha tenido problemas con ningún vecino. Tuerzo el cuello hacia la izquierda, al final de la calle; hay algunas personas caminando y charlando sin ningún apuro. Diviso a dos ancianas yendo a la par, con los brazos entrelazados, comiendo lo que parece ser un pedazo de pan, a un niño con su padre y a un sujeto con buzo gris, solo que a éste no logro divisarle los rasgos del rostro.

La señora Wylie abre la puerta un segundo después, llevándome lejos de mis pensamientos. Por un momento, se queda analizándome sin decir nada, pero en un parpadeo, sonríe, acentuando el blanco de sus dientes.

Sé que su sonrisa es falsa, pero como siempre, se la devuelvo y no lo menciono.

Se aparta a un lado, dándome luz verde para poder entrar. Me adentro al lugar y doy un rápido vistazo a la estancia. El señor Wylie está sentado de manera perezosa, en el cual conozco, ha declarado como su sillón. Lleva la camisa blanca desabrochada, los cordones de los zapatos sueltos y el cabello apuntando en todas las direcciones; tiene un vaso en la mano y mira un programa con la cabeza ladeada.

Nunca entablo conversación con él, lo mejor es mantenerme alejada. Porque, aunque nunca se lo he dicho a Pressley, siempre me ha dado mala espina. Maggie también está con la vista fija en la televisión, solo que ella está apartada, y en realidad, su atención no está verdaderamente puesta en el programa.

Este hogar se siente un poco solitario aunque ellos estén aquí. Las luces están encendidas y parece que nadie se encuentra en casa. Siempre lo sentí, y entendí a la pelinegra. También he visto a sus padres sin las máscaras, aunque se esfuercen tanto en ocultarlo y mantener la fachada.

Le echo un último vistazo a la señora Miley, la mamá de Pressley. Lleva un delantal floreado atado a la cadera y las mangas del suéter arremangadas. Su cabello marrón está enrollado en un perfecto moño y sus ojos están contorneados por lápiz negro. Por lo que alcanzó a olfatear, está preparando guisado.

Le regalé una última sonrisa que correspondió, y me abrí paso hasta subir por las escaleras. Busqué la puerta que necesitaba, y me encaminé hacia ella. Un escalofrío me recorrió entera, haciendo que me detuviera y volteara la cara hacia la puerta con apliques dorados. La habitación de Cassie Wylie.

Cuando Pressley me contó lo que sucedió, no quise creerle. Sobretodo cuando escuché la verdadera historia, y no la que los demás querían escuchar. Me rompió el corazón que yo estuviera fuera y que no pudiera devolverme para estar con ella.

Fruncí el ceño al sentir cómo se me revolvía el estómago al ver la puerta de su pieza. No me gustó la sensación, fue distinta; cómo si hubieran modificado su esencia. Tuve el ligero impulso de acercarme y abrirla, pero me negué y sacudí la cabeza, quitándome la sensación del cuerpo.

Ahora no, era otra hermana la que me necesitaba.

Tomé la perilla y la giré con lentitud, adentrándome al cuarto. Lo primero en lo que me fijé, fue en que la habitación estaba completamente a oscuras, lo cual era raro, ya que Pressley odiaba la oscuridad. Las cortinas estaban cerradas casi del todo y sino fuera por un pequeño rayo de luz que entraba por la ventana, no hubiera notado que la pelinegra dormía plácidamente en la cama.

Hablando con la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora