Epílogo

27 2 0
                                    

Tres meses después...

Mi pelo ondea por la ligera ventisca. Me abrazo las rodillas para atraerlas más a mí y resguardarme del frío. Tomo una gran bocanada de aire. Ladeo la cabeza para dedicarme a observar el cielo estrellado que está cubriéndome.

Es más lindo desde la última vez que vine aquí. O quizás solo yo lo vea así. Sin dejar de verlo, me tiro en el césped y dejo las manos sobre mi estómago. De esta manera tengo una vista mejor.

Ya no duele tanto. La herida está casi curada, aunque aún no tengo permitido bailar como me gustaría. Espero que dentro de poco pueda hacerlo. Es algo que he extrañado mucho estos días.

No había venido aquí durante un tiempo. Tal vez porque ya no tengo nada de lo que quiera escapar. Quizás porque me di cuenta de que huir a veces no sirve de nada.

Hoy estoy aquí por decisión propia. No porque vuelva a huir de mi vida, sino porque extrañaba la tranquilidad que rodea a esta pequeña colina. Siempre me gustó la paz que se respira en el ambiente.

Una rama quebrándose hace que levante la cabeza para ver de quién se trata. Mis comisuras se elevan cuando visualizo a Zack aparecer de entre los árboles.

—Aquí estás —dice, con una sonrisa en el rostro.

Se queda de pie detrás de mí. Se inclina hacia delante, consiguiendo que el cabello negro le caiga por la frente. Si lo veo desde aquí, se ve algo chistoso. Repiqueteo los dedos sobre mi estómago.

Rio sin poder evitarlo.

Él enarca una ceja.

—¿Qué pasa? ¿Tengo cara de payaso?

—No —respondo al instante, tal vez demasiado rápido. Lucho por mantenerme seria—. Bueno... sí, pero eres mi payaso favorito.

—Qué gran consuelo.

—Ven aquí.

Estiro los brazos hacia arriba, logrando que Zack ruede los ojos con diversión. Sin embargo, se sienta a mi lado sin replicar mucho. Sonríe cuando me abalanzo sobre él para tumbarlo sobre el césped. Me pasa un brazo por la cintura cuando apoyo mi barbilla en su pecho.

—Hola —digo, mirándolo desde mi posición.

—Hola —responde, sonriéndome.

También sonrío, y para hacérselo más fácil, me acomodo hasta pasarle un brazo por encima. Parezco un oso colgada de él, pero no parece importarle. Dejo mi cabeza sobre su hombro. Él está observando el cielo estrellado.

—Debes dejar de salir de casa sin decirme —susurra.

Cuando cumplí dieciocho, me enteré de dos cosas. Uno, que el abuelo había dejado una herencia a mi nombre, y dos, como si eso no fuera suficiente, me había dejado su casa. No supe cómo reaccionar.

He ido trasladando algunas de mis pertenencias poco a poco a esa casa. Y a medida que pasa el tiempo, la he sentido más como mi hogar. Quizás porque hay buenos recuerdos ahí dentro. Me he mudado de casa de mis padres; es un gran paso, pero estoy segura de que era necesario para poder continuar con mi vida en paz. Ya no me sentía cómoda en ese lugar. No podía seguir viviendo así.

Zack se ha quedado algunas veces conmigo. Aún no me acostumbro a vivir yo sola, y se lo he dicho. Creo que es por eso que de pronto aparece en la noche y termina quedándose conmigo.

Sin embargo, lo que más tierno me parece, es que ha llamado como su "casa" a ese espacio, y parece que ni siquiera lo ha notado. No se ha percatado de aquello. Es como si le saliera naturalmente.

Hablando con la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora