Capítulo 38

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Zack

Zack.

Sigo concentrado en las hojas delante de mí. Mi cabeza no ha dejado de recordarme el hecho de que no podré verla hasta que haga algo. No me he centrado en otra cosa desde eso. Sigo sin poder respirar.

—Zack.

No puedo dejar de buscarla; echo de menos su sonrisa y ojos brillantes. El cómo se sonroja cuando le digo lo que siento, su risa y cómo esconde su rostro en mi cuello cada vez que la abrazo. Necesito saber dónde está y si se encuentra bien. Necesito volver a respirar.

—Zack, detente —pide Paige, con todo el esfuerzo del mundo. Traga saliva, desviando la mirada—. Descansa un poco.

Solo me detengo porque escucho el timbre que adorna su voz. Suena débil, suplicante. Aparto las hojas de papel de mí. Me abrazo a mí mismo, soltando el aire retenido en mis pulmones.

Paige no luce mejor que yo. Unas marcadas ojeras decoran sus ojos, y no ha dejado de bostezar desde que entró aquí. Ambos hemos estado dándole vueltas al asunto por un rato, pero no hemos encontrado nada que pueda ayudarnos, al menos no algo que nos guíe a alguna parte.

Estoy frustrado. Cansado. Agobiado. Triste. No puedo creer que aquello a lo que tanto le temí se haya hecho realidad.

Tenía que haber llegado antes a la escuela ese día. Tenía que haber dejado a Melody antes en mi casa y haber ido por ella. Yo tenía que haber estado ahí.

Un silencio nos envuelve por completo.

Paige suelta un largo suspiro, restregándose los ojos. Ella misma trae devuelta los papeles que alejé de mí.

—Podemos asegurar que desapareció en el colegio, ¿cierto? —Su pregunta hace que el estómago se me retuerza. Asiento con lentitud. Ella carraspea—. Fue la última vez que la vi. Terminamos de inflar los colchones inflables y me fui. Pressley se quedó ahí. No sabemos qué sucedió después.

No digo nada. Deambulo entre mis pensamientos para ver si logro quitarme esta sensación de vacío del pecho. Es como si estuviera muriendo por dentro.

Paige respira temblorosamente.

—No lo entiendo —susurra, parpadeando con rapidez—. ¿Quién podría...? Es Pressley, joder. Pressley. La chica de ojos azules que pide disculpas por todo y no le haría daño ni a una mosca. Pressley —repite, con la misma expresión—. La conozco desde que somos niñas, ¿por qué...? Ella no se merece esto.

La rubia no se contiene y termina derramando algunas lágrimas. Le paso un brazo por encima de los hombros para intentar consolarla. No pronuncia palabra, solo inhala y exhala con lentitud para tranquilizarse. Un minuto después, se limpia las mejillas con el dorso de la mano. Sorbe por la nariz.

—También la echo de menos, Paige. En serio, no te imaginas cuánto —digo, con voz suave—. Pero no podemos quedarnos de brazos cruzados, ella nos necesita. Necesita que estemos bien.

Veo cómo debate consigo misma para hablar. Luego de tragar saliva varias veces y cerrar los ojos, se aclara la garganta. Su voz parece un quejido cuando pregunta:

—¿Crees que siga con vida?

Esa oración hace que me tense por completo. Mi corazón se detiene al planteármelo y el estómago se me revuelve, pero... algo me dice que sí. Que ella sigue allá fuera, en algún lugar; sintiéndose igual de perdida que como hace dos años. Hay algo en mí que me dice que ella sigue aquí. Que sigue viva y luchando para librarse de aquello que la alejó de nosotros, de su familia. Sé que está aquí aún.

—Claro que sí —respondo en un hilo de voz—. Por eso estamos haciendo esto.

Su pecho sube junto a su respiración. Suspiro, revolviéndome el pelo. Desordenármelo me hace recordarla; por alguna razón, le gusta escabullir sus dedos finos dentro de mi cabello y revolverlo. Siempre me dedica esa sonrisa que tanto me gusta luego de cumplir su cometido. El recuerdo se instala en mi cabeza.

—La extraño —musito.

—Yo igual —coincide Paige.

Se pasa las manos por la cara, luciendo agotada. Se inclina para revisar los papeles otra vez. Carraspea.

—Entonces... Debe ser alguien que estaba dentro de la escuela ese día, ¿no? —intenta, leyendo los nombres—. ¿Alguna idea?

Vuelvo a leer los nombre de la lista, y mis ojos se quedan estancados en uno en específico. Aprieto la mandíbula al pensar en las posibilidades.

—Derek tiene algo —mascullo. Paige me mira expectante—. No sé qué es, pero en cada encuentro que ella tuvo o en cada situación... él estuvo ahí. ¿No te parece raro?

Se lo piensa por un segundo.

—Tienes... razón. —Frunce el ceño—. En la acampada fue él quien la acompañó al bosque, fue él quien la llevó hasta la escuela la mañana que sentía que la estaban persiguiendo; él también estaba ahí ese día. Siempre estuvo ahí, pero...

—Pero nunca del otro lado —acierto—. Derek siempre estaba, pero pareciera como si estuviera... —Sacudo la cabeza—. Deberíamos estar al pendiente de lo que hace.

Paige asiente.

—Sí, son muchas casualidades como para no significar algo.

—Mañana prestaré atención a lo que haga.

—De acuerdo.

Al instante, un felino sale de debajo de la cama, queriendo anunciar su presencia. Es como si estuviera de nuestro lado. La rubia sonríe al verlo y le acaricia la cabeza. Levanta la mirada hacia mí.

—Es lindo que lo tengas contigo.

—No iba a dejarlo morir de hambre —murmuro, observando su pelaje—. Ella adora a este gato.

Sus padres se fueron de viaje y ni siquiera se molestaron en dejar al gato con alguien para que lo cuidara. Me siento mal por Adelaide. Ellos no han hecho ni el amago de buscarla. Pondrían la mano al fuego para asegurar que ella escapó. Solo quiero zarandearlos y explicarles la situación, pero sería como hablar con una piedra.

A Melody le fascina la idea de tener al gato en casa. Quizás sea porque no sabe la razón que oculta que el felino esté aquí. Ninguno le ha dicho lo que ha sucedido con ella.

—¿Se han acabado los carteles? —cuestiona la rubia, aún acariciándolo.

—He imprimido más. Hoy voy a salir a pegarlos.

—Te acompaño.

El Señor Guantes restriega su cabeza contra mi brazo, como si quisiera animarme. Me da la impresión de que él también está algo decaído. Es como si supiera que algo malo está ocurriendo. Mi cuarto se ha convertido en su hogar, al menos hasta que ella vuelva.

Porque ella va a volver. Yo me aseguraré de ello. Estaré ahí esa vez.

Hablando con la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora