Capítulo 14

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Cerré la puerta con lentitud, aún con la mente en otro lado. Me pasé las manos por el rostro, tratando de borrar la estúpida sonrisa que se me había quedado.

Solté un largo suspiro.

Mi intención era subir devuelta a mi habitación, pero me detuve abruptamente al ver un paquete sobre la mesa de centro.

Arrugué el ceño y me acerqué, con curiosidad. Lo rocé con un dedo antes de levantarlo por completo en el aire. Era muy liviano, su contenido no pesaba casi nada. Eso me pareció extraño.

Pero, lo que en realidad era extraño, era la pegatina en un extremo que indicaba quien lo había enviado.

—¿Abuelo Jhonny?

Era imposible. Una locura por completo. Mi abuelo materno había muerto hace años. Yo misma había asistido al funeral. Fue hace tiempo, pero lo recuerdo con claridad.

Entonces, ¿de quién era el paquete que reposaba en mis manos?

Pensé en que tal vez se habían equivocado de casa, pero descarté la idea en cuanto vi quien era el destinario.

—Para Pressley Wylie. —Leí en voz alta. Eso quitaba algunas dudas de mi cabeza.

Mi ceño se arrugó profundamente. De acuerdo, nunca había recibido ningún paquete en mi vida, y ahora, de pronto, tengo uno en la mano, el cual asegura que fue enviado por mi abuelo, quien falleció hace un par de años.

Ja.

De acuerdo, algo definitivamente iba mal.

Volví a dejarlo en su lugar, y lo miré desde todos los ángulos posibles, como si eso fuera a decirme quién estaba detrás de todo este raro asunto.

Por si no les había quedado claro, no funcionó.

Repiqueteé mi pie del piso, debatiéndome entre debía abrirlo o no.

La curiosidad estaba matándome.

La curiosidad mató al gato.

Qué bien que no soy un gato, entonces. Aunque a veces les tenía envidia.

Asentí a ese pensamiento y volví a tomar el paquete. Lo llevé hasta el sofá, donde me senté, con el pulso a mil. Hasta podía jurar que empecé a temblar.

Despacio, empecé a rasgar el papel que envolvía la caja. Mientras lo hacía, estaba recapitulando las decisiones que había tomado en toda mi vida.

Sí, no era muy buena en ello.

Cuando la caja estuvo al descubierto, dudé en si debía seguir. Una sensación extraña se había apoderado de mi estómago al estar cerca de averiguar su interior. Tragando saliva y esquivando este nuevo sentimiento, abrí las solapas.

Al principio, no supe de qué se trataba. Pero, al acercarme y darle la vuelta al objeto, me di cuenta.

En un impulso, me levanté del sofá estrepitosamente y la caja cayó al suelo, esparciendo su contenido por todas partes, haciendo más difícil ignorar lo que sea que eso significaba.

—Mierda —solté, sin poder impedirlo.

Esto no podía estar pasando. No a mí. No así. Simplemente no.

Respiré hondo, tratando de mantener los estribos. Debía calmarme, tranquilizarme. Exaltarme no serviría para nada en una situación como esta. Aunque era imposible mantenerse serena ante todo esto.

Me senté en el suelo, a un lado del mueble. Apreté los labios en una dura línea con fuerza, como si eso fuera a hacer que desapareciera todo a mi alrededor. Después de intentar convencerme a mí misma durante un minuto, me rendí y tomé las fotografías que habían quedado en el piso.

Hablando con la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora