Capítulo 24

21 5 0
                                    

Me aliso la falda de mi vestido y me encargo de estar peinada; cosa que es difícil porque mi cabello parece tener vida propia. Zack me ha dicho que llega en cinco minutos, y aunque las palabras de Lissie recorren mi mente, me aseguro de correrlas de mi cabeza. Si algo malo está sucediendo, ¿por qué prolongar el mal rato? Por supuesto que el tema me tiene preocupada, pero decido por cuenta propia dejar de sofocarme, al menos por hoy. Por esta tarde, quiero ser solo una chica normal que va a salir con un chico.

El Señor Guantes se sube a mi cama y se enreda en mi regazo. Ronronea y me cabecea, instándome a que le rasque detrás de las orejas. Lo hago con los labios fruncidos.

—Tú me creerías, ¿no? —le pregunto al felino, aunque sé que no me va a contestar—. Si yo te lo dijera, ¿me creerías?

Él levanta la mirada por un segundo, solo para volver a cabecearme y seguir ronroneando. Suspiro.

—Lo tomaré como un sí —concluí y sonreí un poco.

Unos minutos después, la bocina de un auto se hizo escuchar. Me levanté apresuradamente, y por accidente tiré al Señor Guantes al suelo. Él me miró con aire malicioso y herido.

—Lo siento. —Me acerqué, y volví a sobarle la cabeza. Al principio se resistió, pero luego permitió que lo vuelva a mimar.

Cuando ya estuvo bien, tomé mi cartera y me di una repasada en el espejo por última vez. Asentí para mí y bajé las escaleras; encaminándome hasta la puerta luego de decir adiós. Mis padres ni siquiera respondieron, pero da igual. Crucé el umbral y una oleada de aire me atravesó. Dentro de poco atardecerá.

La camioneta de Zack se encontraba justo enfrente. Caminé inhalando hondo y abrí la puerta del copiloto, con las piernas temblándome. Es increíble que esté nerviosa por esto.

Y ahí estaba, con una mano en su muslo y la otra en el volante. Con su habitual cabello negro desordenado y apuntando a todas partes. Me metí al auto y cerré detrás de mí.

—Hola.

—Hola —respondió.

Me acerqué a él y le planté un beso en la mejilla que duró más de lo estrictamente reglamentado. Sentí su hoyuelo bajo mi piel cuando sonrió. Una ráfaga de su olor me invadió y me encontré a mí misma sonriendo. A veces me sorprendía lo natural que era con Zack, de cómo este tipo de cosas me brotaban como si estuviera hecha para ello. Me acomodé en el asiento y torcí el cuello para verlo.

—¿Vas a decirme adónde iremos?

—Hacer eso no está incluido en mis planes —soltó, mientras encendía el auto con aire divertido.

—Ya lo veía venir. Te gusta hacerte el misterioso.

—Eso no es cierto.

—Lo es —repliqué.

—No lo es.

—Que sí, pesado.

Pareció pensárselo por un momento.

—Vale, sí —concedió, pero luego sacó un dedo y me amenazó con él—. No me digas pesado.

Reí.

—De acuerdo... pesado.

Creo que no debí haberlo repetido. Porque justo en ese instante, el semáforo cambió a rojo y él se giró a verme descaradamente. Se alzó en su asiento y se acercó peligrosamente a mí.

—¿Qué haces?

No dijo nada, solo continuó aproximándose. Tragué saliva cuando estuvo tan cerca que podía distinguir cada rasgo de su rostro. Sus siete pecas brillaban estando bajo la luz naranja del atardecer.

Hablando con la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora